Apostando por la educación de la mujer.
Reportaje para periodismohumano.com, por Rebeca Mateos Herraiz · (Nueva Delhi) · Fotos: Diego Abel Penas y Rebeca Mateos Herraiz
Ruksana habla claro y con decisión. No tiene pelos en la lengua al
expresar los puntos débiles de su condición como mujer y empobrecida, a
la vez que es muy consciente de sus derechos como persona. Lo
sorprendente de Ruksana es que sea capaz de expresarse de la manera en
la que lo hace a sus 16 años de edad, siendo hindú y habitante de un
slum -asentamiento periférico empobrecido y masificado- a las afueras de
Nueva Delhi.
Esta joven de ojos despiertos y respuesta hábil y rápida, lidera un grupo de 22 niños con el que se reúne habitualmente para debatir sobre sus derechos, como por ejemplo, sobre cómo mejorar la escuela a la que acuden, ella y sus 90 compañeros restantes de todas las edades (es la única escuela pública a la que tienen posibilidad de asistir y en la que sólo hay una clase). “Está masificada, los profesores no pueden atendernos a todos, cada uno de un nivel. Además, hay problemas de ventilación”, comenta al respecto. Las quejas y peticiones del grupo como esta, las hacen llegar al gobierno por escrito. Si bien de momento no les sirve de mucho, porque reciben poca respuesta, estas reuniones consiguen un objetivo: su empoderamiento. “Gracias a esto he conocido los derechos que tenemos los niños y de los que antes no era consciente”, dice orgullosa. Ruksana lidera el grupo por votación. Ella fue la elegida de entre tres candidatos. Era la única chica.
Esta joven, la mayor de 5 hermanos, acude regularmente a los programas que Chetanalaya, una ONG local (católica, pero que trabaja con población hindú y musulmana y apoyada económicamente por distintas ONG internacionales), ha puesto en marcha en zonas periféricas de Nueva Delhi desde hace 15 años. “Ya estamos recogiendo algunos frutos”, señala Thomas Antony, responsable de los programas. Para ello, aparte de con los niños y niñas, a quienes les ofrecen apoyo escolar y estimulan la formación de grupos asamblearios en los que se da pie al debate, trabajan también con las familias para tratar de hacerlas entender que cuanto más preparados estén, sobre todo sus hijas, podrán optar a una vida mejor.
Consejos sobre higiene, ayuda económica invertida en mejorar las casas, microcréditos para poner en marcha un pequeño negocio y reforzar el apoyo escolar desde muy temprana edad, son algunas de las actividades en las que se centran dichos programas.También ofrecen clases de defensa personal a las mujeres y niñas del slum. Ruksana acude todos los días. Cuando se le pregunta sobre el tema de la inseguridad de la mujer, en la respuesta a esta pregunta se extiende más que en las demás y su rostro se torna serio: “Es un grave problema. Existe mucha inseguridad. A las nueve de la noche tenemos que quedarnos en casa sin salir y es aconsejable que siempre vayamos acompañadas por un varón. Son muchas las chicas violadas, raptadas… me da miedo, por eso acudo a las clases de defensa personal diarias”, comenta.
Cabe recordar que las agresiones sexuales hacia las mujeres en India constituyen un grave problema que ha ido en aumento en los últimos años, así lo dicen los datos oficiales: según la Oficina Nacional de Registro de Crímenes, las violaciones se han multiplicado por 10 en las últimas cuatro décadas, hasta sumar 24.923 casos registrados en 2012 en todo el país. Aunque algunas violaciones se han producido a la vista de la población, como la de la joven estudiante de fisioterapia de 23 años que fue violada por 6 hombres en un autobús en Nueva Delhi causándole la muerte, el pasado 16 de diciembre, Ruksana, y como ella la mayor parte de los habitantes del slum en el que vive, creen que al caer la noche, sin luz y facilitado por el enjambre de calles que conforman el slum, significa ponérselo fácil a los agresores.
Cuando te adentras en el slum de Jahanginpuri, del que Ruksana es originaria, las calles empiezan a estrecharse. Una nube de moscas se hace constante desde que entras en él, hasta que lo abandonas. El hedor por momentos se hace insoportable, es a causa de la falta de alcantarillado y servicio de basura, lo que hace que todos los desechos de las casas vayan a parar a una especie de acequia que recorre el slum, y cerca de la cual, es fácil encontrarse a algún niño jugando, rodeado de gallinas y algún que otro pequeño cerdo. Sólo dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, se puede ir a por agua corriente a una especie de fuente de la que el agua que se extrae, no es muy recomendable para el consumo humano.
Sus habitantes, en concreto en este slum, -unas 6.000 familias cuyos miembros de media son 8 personas que viven en unas casas de entre 12 y 50 metros cuadrados, construidas sin ningún tipo de planificación, amontonadas unas contra otras, lo que supone un grave riesgo de derrumbe durante la época del monzón- viven, en su gran mayoría de recoger basura o de conducir un rickshaw (una especie de moto con un asiento trasero incorporado y completamente cubierta, muy común en la India), que hace las veces de taxi económico para locales y turistas. La media de los salarios mensuales no supera las 4.000 rupias (unos 48 euros al mes), a lo que hay que restar las entre 1.000 y 2.000 rupias (12 y 24 euros) que pagan de alquiler muchas familias mensualmente, por vivir en estas infraviviendas.
“La población de Delhi son 12 millones de personas de las cuales un 25% vive en slums. Pero estas cifras son aproximadas ya que hay muchísima gente que no está registrada en el censo, con lo cual intuimos que la cifra de la población en los slums es bastante mayor que la que se nos dice oficialmente”, comenta Thomas Antony que continúa: “La población que se va fijando en los asentamientos periféricos de Delhi son familias que proceden de áreas rurales más empobrecidas y que vienen a la ciudad en busca de una vida mejor, pero que tienen que salir adelante en unas condiciones muy duras” (…) “Delhi se está expandiendo y es cierto que ha habido un crecimiento en las infraestructuras, pero a ellas sólo tienen acceso las clases adineradas. Son estas clases las que se están beneficiando del crecimiento en la India. La exclusión social en este país, en esta ciudad es un círculo vicioso muy difícil de romper”.
En la familia de Ruksana han entendido que la formación de su hija es importante para intentar romper ese círculo, por eso le permiten asistir a la escuela y les encantaría que ella pudiera acceder a la universidad a estudiar derecho o a convertirse en profesora, según los propios deseos de la joven. “Es difícil encontrar un modo de conseguirlo. Trabajo yo sólo en casa y somos 7 personas. Mi salario es de 5.000 rupias mensuales (unos 40 euros) como repartidor, tenemos lo justo para vivir”, señala Sheikh Rustam, padre de Ruksana, cuando se le pregunta sobre la posibilidad de que su hija pueda ir a la universidad.
Tanto él como su mujer apoyan que Ruksana no esté pensando en casarse todavía, sino que espere a estar más preparada. “Yo quiero que mi hija sea feliz y encuentre una buena familia [habla de la futura familia política. Que su hija no contraiga matrimonio tampoco entra en sus planes]. Sé que Ruksana será capaz de conseguirlo”. Skeikh considera a su hija una chica inteligente y es consciente de que tanto ella como sus hermanos han mejorado mucho desde que van a los programas de capacitación. Se siente orgulloso cada vez que alguno de sus vecinos le comenta por la calle lo excelente que es Ruksana. “Sé que si mi hija tiene una mejor cualificación encontrará a un mejor marido”, esta es la mayor preocupación de Skeikh.
Ruksana por su parte se siente satisfecha de que sus padres le permitan seguir yendo a la escuela a tiempo completo, a pesar de ser la mayor de sus 5 hermanos. Se considera una privilegiada por ello. “Muchas chicas no pueden estudiar porque sus padres no quieren. Se tienen que quedar en casa a cuidar de sus hermanos y no pueden ni ir al colegio, ni participar en los programas de capacitación. Lo entiendo porque por un lado están cuidando a sus hermanos, pero por otro lado me da pena que descuiden sus estudios. Normalmente estas chicas se casan muy pronto, a los 16 años como yo, y enseguida tienen hijos. Esto no entra en mis planes hasta que, si tengo posibilidad, acabe mis estudios universitarios”, concluye.
La vida de Shabana de 18 años de edad parece transcurrir por derroteros distintos a la de Ruksana. Ambas viven en el mismo slum, muy cerca la una de la otra. Las aleja la religión por un lado, Shabana es musulmana mientras que Ruksana es hindú; y que los padres de Shabana, a diferencia de los de Ruksana, nunca han acudido a los programas de capacitación, por otro. Tampoco la dejan asistir a ella. Cuando se le pregunta el porqué, el silencio se alarga hasta el punto que hay que romperlo con otro tipo de pregunta para no hacerla sentir incómoda.
La forma de expresarse de Shabana es muy diferente a la de Ruksana. Es tímida, le cuesta mucho hablar en público sobre temas cotidianos y a menudo convierte el silencio en su mejor aliado. Shabana aspira en la vida a trabajar en casa, “y casarme cuando mis padres encuentren un marido para mí” (…) “Cuando un hombre te elije, prefiere que estés educada”, por eso cree que le está costando tanto encontrar a un hombre que quiera casarse con ella. “Mis amigas están casadas desde los 16 años. A mí me gustaba salir con ellas, pero desde que se casaron, sus maridos no se lo permiten. Ahora tengo la obligación de salir siempre con mi hermano y su mujer. En casa me dicen que no es bueno que vaya sola por la calle”.
Shabana vive junto a sus padres, sus 4 hermanos, sus 2 hermanas, sus 2 sobrinos y las 2 mujeres de sus hermanos, en una casa de dos plantas que no superan los 25 metros cuadrados cada una. En la planta baja, una tabla de madera que ocupa casi toda la estancia, es la mesa en la que comen durante el día los 12 miembros de la familia y la cama en la que duermen durante la noche 6 personas. A pesar de vivir 12 personas en esas condiciones con el salario mensual del padre de 5.500 rupias al mes (algo más de 66 euros) por trabajar en una pequeña tienda de comestibles, los padres de Shabana no consideran necesario que su hija siga formándose.
“La población musulmana en los slums es la que más se resiste a que sus hijas vayan al colegio cuando han pasado una determinada edad”, señala Antony, “es muy difícil acceder a que tanto ellas, como sus familias participen en programas de capacitación a todos los niveles. Yo diría que alrededor de un 60% de los musulmanes, no permiten que sus hijas se formen en los slums en los que nosotros trabajamos”.
La población musulmana en algunos slums de Delhi es bastante numerosa. Es el caso del slum de Janta Colony y Mochi Colony. En estos dos asentamientos la población musulmana es de un 35%. Sin embargo, si queremos encontrar en ellos a alguna joven que haya tenido acceso a estudios universitarios, hay que buscarlas en familias hindúes. Aún así, escasean. En el slum de Janta Colony, en el que oficialmente viven unas 4.000 familias, sólo 4 chicas han conseguido ir a la universidad. Son las primeras que lo consiguen. Soniya es una de ellas. Con 20 años está a las puertas de graduarse en Filología Hindú por la Universidad de Delhi. Su pretensión es ser profesora.
Cuando Soniya tenía 16 años, los padres acudieron a los programas de capacitación porque la vieron muy triste al creer que al acabar los estudios secundarios no tendría posibilidades de ir a la universidad. “Primero hablamos con los padres”, comenta Antony. Al ver que los padres se implicaban, decidieron ayudarla a ella. Antes de esto, los padres ya habían solicitado un préstamo a un particular, por el que les cobraba un 10% de intereses al mes. La situación económica se hizo insostenible debido a la deuda. En casa sólo son 5, los 2 padres y 3 hijos -algo bastante inusual en las familias hindúes que suelen ser más numerosas- y la familia tan sólo cuenta con el salario del padre que trabaja fuera del slum como pintor, por lo que cobra 6.000 rupias al mes (unos 74 euros).
“Que Soniya fuera a la universidad con esas condiciones del préstamo era imposible. Tengo dos hijos más aparte de ella y no podría permitir que unos fueran a la universidad y otros no”, comenta Basanti Devi, madre de Soniya. “Ahora pueden ir a la universidad Soniya y su hermano [que estudia ingeniería], gracias al apoyo de microcréditos que recibimos de la ONG. Sin este apoyo hubiera sido imposible poder conseguirlo”. Ahora el préstamo les cuesta un 2% de intereses mensuales, frente al 10% que pagaban anteriormente.
En la clase Soniya, a la que acuden estudiantes de toda Delhi, ella es la única habitante de un slum y una del 15% de chicas, frente al 85% de los chicos, que la conforman. “Para mí es una alegría muy grande que mi hija haya conseguido ir a la universidad, ya que yo no pude hacerlo”, señala Basanti. Ella por su parte lidera un grupo de mujeres de dentro del slum, con las que trabaja para hacerles entender lo importante que es la formación tanto en ellas, como en sus hijas, a la hora de conseguir unas condiciones de vida más dignas. “Es lo menos que puedo hacer después de todo el apoyo que mi familia y yo hemos recibido”, concluye.
Educación en las niñas de hoy, empoderamiento de las mujeres del mañana
La formación académica y promover la toma de conciencia de los derechos que se tienen como persona es vital para las niñas en un país como India, en el que viven en una marginalidad continua.
Recorremos varios barrios de la periferia de Nueva Delhi en los que desde hace 15 años una ONG local, con el apoyo de varias internacionales, desarrolla programas de capacitación para mujeres y niñas que comienzan, con muchas dificultades, a dar sus frutos.
Es el caso de Soniya, una joven de 20 años que está a las puertas de licenciarse en filología hindú. La primera chica de su 'slum' que consigue acceder a la universidad.
Esta joven de ojos despiertos y respuesta hábil y rápida, lidera un grupo de 22 niños con el que se reúne habitualmente para debatir sobre sus derechos, como por ejemplo, sobre cómo mejorar la escuela a la que acuden, ella y sus 90 compañeros restantes de todas las edades (es la única escuela pública a la que tienen posibilidad de asistir y en la que sólo hay una clase). “Está masificada, los profesores no pueden atendernos a todos, cada uno de un nivel. Además, hay problemas de ventilación”, comenta al respecto. Las quejas y peticiones del grupo como esta, las hacen llegar al gobierno por escrito. Si bien de momento no les sirve de mucho, porque reciben poca respuesta, estas reuniones consiguen un objetivo: su empoderamiento. “Gracias a esto he conocido los derechos que tenemos los niños y de los que antes no era consciente”, dice orgullosa. Ruksana lidera el grupo por votación. Ella fue la elegida de entre tres candidatos. Era la única chica.
Esta joven, la mayor de 5 hermanos, acude regularmente a los programas que Chetanalaya, una ONG local (católica, pero que trabaja con población hindú y musulmana y apoyada económicamente por distintas ONG internacionales), ha puesto en marcha en zonas periféricas de Nueva Delhi desde hace 15 años. “Ya estamos recogiendo algunos frutos”, señala Thomas Antony, responsable de los programas. Para ello, aparte de con los niños y niñas, a quienes les ofrecen apoyo escolar y estimulan la formación de grupos asamblearios en los que se da pie al debate, trabajan también con las familias para tratar de hacerlas entender que cuanto más preparados estén, sobre todo sus hijas, podrán optar a una vida mejor.
Consejos sobre higiene, ayuda económica invertida en mejorar las casas, microcréditos para poner en marcha un pequeño negocio y reforzar el apoyo escolar desde muy temprana edad, son algunas de las actividades en las que se centran dichos programas.También ofrecen clases de defensa personal a las mujeres y niñas del slum. Ruksana acude todos los días. Cuando se le pregunta sobre el tema de la inseguridad de la mujer, en la respuesta a esta pregunta se extiende más que en las demás y su rostro se torna serio: “Es un grave problema. Existe mucha inseguridad. A las nueve de la noche tenemos que quedarnos en casa sin salir y es aconsejable que siempre vayamos acompañadas por un varón. Son muchas las chicas violadas, raptadas… me da miedo, por eso acudo a las clases de defensa personal diarias”, comenta.
Cabe recordar que las agresiones sexuales hacia las mujeres en India constituyen un grave problema que ha ido en aumento en los últimos años, así lo dicen los datos oficiales: según la Oficina Nacional de Registro de Crímenes, las violaciones se han multiplicado por 10 en las últimas cuatro décadas, hasta sumar 24.923 casos registrados en 2012 en todo el país. Aunque algunas violaciones se han producido a la vista de la población, como la de la joven estudiante de fisioterapia de 23 años que fue violada por 6 hombres en un autobús en Nueva Delhi causándole la muerte, el pasado 16 de diciembre, Ruksana, y como ella la mayor parte de los habitantes del slum en el que vive, creen que al caer la noche, sin luz y facilitado por el enjambre de calles que conforman el slum, significa ponérselo fácil a los agresores.
Cuando te adentras en el slum de Jahanginpuri, del que Ruksana es originaria, las calles empiezan a estrecharse. Una nube de moscas se hace constante desde que entras en él, hasta que lo abandonas. El hedor por momentos se hace insoportable, es a causa de la falta de alcantarillado y servicio de basura, lo que hace que todos los desechos de las casas vayan a parar a una especie de acequia que recorre el slum, y cerca de la cual, es fácil encontrarse a algún niño jugando, rodeado de gallinas y algún que otro pequeño cerdo. Sólo dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, se puede ir a por agua corriente a una especie de fuente de la que el agua que se extrae, no es muy recomendable para el consumo humano.
Sus habitantes, en concreto en este slum, -unas 6.000 familias cuyos miembros de media son 8 personas que viven en unas casas de entre 12 y 50 metros cuadrados, construidas sin ningún tipo de planificación, amontonadas unas contra otras, lo que supone un grave riesgo de derrumbe durante la época del monzón- viven, en su gran mayoría de recoger basura o de conducir un rickshaw (una especie de moto con un asiento trasero incorporado y completamente cubierta, muy común en la India), que hace las veces de taxi económico para locales y turistas. La media de los salarios mensuales no supera las 4.000 rupias (unos 48 euros al mes), a lo que hay que restar las entre 1.000 y 2.000 rupias (12 y 24 euros) que pagan de alquiler muchas familias mensualmente, por vivir en estas infraviviendas.
“La población de Delhi son 12 millones de personas de las cuales un 25% vive en slums. Pero estas cifras son aproximadas ya que hay muchísima gente que no está registrada en el censo, con lo cual intuimos que la cifra de la población en los slums es bastante mayor que la que se nos dice oficialmente”, comenta Thomas Antony que continúa: “La población que se va fijando en los asentamientos periféricos de Delhi son familias que proceden de áreas rurales más empobrecidas y que vienen a la ciudad en busca de una vida mejor, pero que tienen que salir adelante en unas condiciones muy duras” (…) “Delhi se está expandiendo y es cierto que ha habido un crecimiento en las infraestructuras, pero a ellas sólo tienen acceso las clases adineradas. Son estas clases las que se están beneficiando del crecimiento en la India. La exclusión social en este país, en esta ciudad es un círculo vicioso muy difícil de romper”.
En la familia de Ruksana han entendido que la formación de su hija es importante para intentar romper ese círculo, por eso le permiten asistir a la escuela y les encantaría que ella pudiera acceder a la universidad a estudiar derecho o a convertirse en profesora, según los propios deseos de la joven. “Es difícil encontrar un modo de conseguirlo. Trabajo yo sólo en casa y somos 7 personas. Mi salario es de 5.000 rupias mensuales (unos 40 euros) como repartidor, tenemos lo justo para vivir”, señala Sheikh Rustam, padre de Ruksana, cuando se le pregunta sobre la posibilidad de que su hija pueda ir a la universidad.
Tanto él como su mujer apoyan que Ruksana no esté pensando en casarse todavía, sino que espere a estar más preparada. “Yo quiero que mi hija sea feliz y encuentre una buena familia [habla de la futura familia política. Que su hija no contraiga matrimonio tampoco entra en sus planes]. Sé que Ruksana será capaz de conseguirlo”. Skeikh considera a su hija una chica inteligente y es consciente de que tanto ella como sus hermanos han mejorado mucho desde que van a los programas de capacitación. Se siente orgulloso cada vez que alguno de sus vecinos le comenta por la calle lo excelente que es Ruksana. “Sé que si mi hija tiene una mejor cualificación encontrará a un mejor marido”, esta es la mayor preocupación de Skeikh.
Ruksana por su parte se siente satisfecha de que sus padres le permitan seguir yendo a la escuela a tiempo completo, a pesar de ser la mayor de sus 5 hermanos. Se considera una privilegiada por ello. “Muchas chicas no pueden estudiar porque sus padres no quieren. Se tienen que quedar en casa a cuidar de sus hermanos y no pueden ni ir al colegio, ni participar en los programas de capacitación. Lo entiendo porque por un lado están cuidando a sus hermanos, pero por otro lado me da pena que descuiden sus estudios. Normalmente estas chicas se casan muy pronto, a los 16 años como yo, y enseguida tienen hijos. Esto no entra en mis planes hasta que, si tengo posibilidad, acabe mis estudios universitarios”, concluye.
La vida de Shabana de 18 años de edad parece transcurrir por derroteros distintos a la de Ruksana. Ambas viven en el mismo slum, muy cerca la una de la otra. Las aleja la religión por un lado, Shabana es musulmana mientras que Ruksana es hindú; y que los padres de Shabana, a diferencia de los de Ruksana, nunca han acudido a los programas de capacitación, por otro. Tampoco la dejan asistir a ella. Cuando se le pregunta el porqué, el silencio se alarga hasta el punto que hay que romperlo con otro tipo de pregunta para no hacerla sentir incómoda.
La forma de expresarse de Shabana es muy diferente a la de Ruksana. Es tímida, le cuesta mucho hablar en público sobre temas cotidianos y a menudo convierte el silencio en su mejor aliado. Shabana aspira en la vida a trabajar en casa, “y casarme cuando mis padres encuentren un marido para mí” (…) “Cuando un hombre te elije, prefiere que estés educada”, por eso cree que le está costando tanto encontrar a un hombre que quiera casarse con ella. “Mis amigas están casadas desde los 16 años. A mí me gustaba salir con ellas, pero desde que se casaron, sus maridos no se lo permiten. Ahora tengo la obligación de salir siempre con mi hermano y su mujer. En casa me dicen que no es bueno que vaya sola por la calle”.
Shabana vive junto a sus padres, sus 4 hermanos, sus 2 hermanas, sus 2 sobrinos y las 2 mujeres de sus hermanos, en una casa de dos plantas que no superan los 25 metros cuadrados cada una. En la planta baja, una tabla de madera que ocupa casi toda la estancia, es la mesa en la que comen durante el día los 12 miembros de la familia y la cama en la que duermen durante la noche 6 personas. A pesar de vivir 12 personas en esas condiciones con el salario mensual del padre de 5.500 rupias al mes (algo más de 66 euros) por trabajar en una pequeña tienda de comestibles, los padres de Shabana no consideran necesario que su hija siga formándose.
“La población musulmana en los slums es la que más se resiste a que sus hijas vayan al colegio cuando han pasado una determinada edad”, señala Antony, “es muy difícil acceder a que tanto ellas, como sus familias participen en programas de capacitación a todos los niveles. Yo diría que alrededor de un 60% de los musulmanes, no permiten que sus hijas se formen en los slums en los que nosotros trabajamos”.
La población musulmana en algunos slums de Delhi es bastante numerosa. Es el caso del slum de Janta Colony y Mochi Colony. En estos dos asentamientos la población musulmana es de un 35%. Sin embargo, si queremos encontrar en ellos a alguna joven que haya tenido acceso a estudios universitarios, hay que buscarlas en familias hindúes. Aún así, escasean. En el slum de Janta Colony, en el que oficialmente viven unas 4.000 familias, sólo 4 chicas han conseguido ir a la universidad. Son las primeras que lo consiguen. Soniya es una de ellas. Con 20 años está a las puertas de graduarse en Filología Hindú por la Universidad de Delhi. Su pretensión es ser profesora.
Cuando Soniya tenía 16 años, los padres acudieron a los programas de capacitación porque la vieron muy triste al creer que al acabar los estudios secundarios no tendría posibilidades de ir a la universidad. “Primero hablamos con los padres”, comenta Antony. Al ver que los padres se implicaban, decidieron ayudarla a ella. Antes de esto, los padres ya habían solicitado un préstamo a un particular, por el que les cobraba un 10% de intereses al mes. La situación económica se hizo insostenible debido a la deuda. En casa sólo son 5, los 2 padres y 3 hijos -algo bastante inusual en las familias hindúes que suelen ser más numerosas- y la familia tan sólo cuenta con el salario del padre que trabaja fuera del slum como pintor, por lo que cobra 6.000 rupias al mes (unos 74 euros).
“Que Soniya fuera a la universidad con esas condiciones del préstamo era imposible. Tengo dos hijos más aparte de ella y no podría permitir que unos fueran a la universidad y otros no”, comenta Basanti Devi, madre de Soniya. “Ahora pueden ir a la universidad Soniya y su hermano [que estudia ingeniería], gracias al apoyo de microcréditos que recibimos de la ONG. Sin este apoyo hubiera sido imposible poder conseguirlo”. Ahora el préstamo les cuesta un 2% de intereses mensuales, frente al 10% que pagaban anteriormente.
En la clase Soniya, a la que acuden estudiantes de toda Delhi, ella es la única habitante de un slum y una del 15% de chicas, frente al 85% de los chicos, que la conforman. “Para mí es una alegría muy grande que mi hija haya conseguido ir a la universidad, ya que yo no pude hacerlo”, señala Basanti. Ella por su parte lidera un grupo de mujeres de dentro del slum, con las que trabaja para hacerles entender lo importante que es la formación tanto en ellas, como en sus hijas, a la hora de conseguir unas condiciones de vida más dignas. “Es lo menos que puedo hacer después de todo el apoyo que mi familia y yo hemos recibido”, concluye.
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