Tara Agosto 2013

El verano pasado cuando volví de India resumí mi experiencia en estos cuatro párrafos, se me olvidó subirlos entonces:
(El patio de Tara School, en un día especial)
Si en países supuestamente democráticos, donde las personas tienen derecho a protestar, a denunciar, a exigir unos derechos... cada vez tenemos menos sanidad, menos educación, más canales en la tele pero menos variedad; imaginaos en zonas del planeta donde la sociedad está basada en la desigualdad, en las castas, en unas leyes tan machistas, racistas y clasistas como las de Manu.

La clase media india crece, dicen los medios que venden anuncios, pero el precio de la cebolla ha subido de 20 a 80 rupias y los sueldos en el barrio no llegan a 40 (0,5 € diarios). Que se lo pregunten a Meera Malik, en el taller donde trabaja. Eso sí, el gobierno indio bajó el umbral de la pobreza a 31 rupias/día, con lo que cientos de millones de personas dejaron de ser pobres de un día para otro en las estadísticas de los políticos y sus periódicos.
(Celebrando el I-Day, 15 de agosto, el día que los britis se piraron de India)
Es muy difícil que alguien te dé una oportunidad en India, el ciclo de la pobreza se retroalimenta, es difícil salir de él. Pero la gente que merece salir de ahí es mucha. Como las profes y costureras de Balo Onlus, una pequeña gran ONG italiana, en cuya casita viví este verano en Pilkhana, Howrah, a la otra orilla del Hooghly que baña Calcuta... Como los profes de Tara School, liderados por un maravilloso duo de directora y subdirectora, que no paran de hurdir estratagemas para ayudar a la gente del barrio. El colegio Tara no para, bullicioso con sus 350 alumno/as (de familias hindús, musulmanas, cristianas, sikh) meditando juntos antes de empezar una nueva jornada de aprendizaje, un viaje que les llevará a lo largo de nueve cursos a ser personas nuevas y diferentes del resto del vecindario.  Cada tarde 90 ex-alumna/os se acercan a dar clases de repaso, muchos de ell@s se acercan por la mañana antes de ir al instituto a dar los buenos días a sus profes, son sus mejores amig@s y consejer@s.  Se acerca el día en que tendrán que buscarse la vida, estudiar una carrera, aprender un oficio... y esa es uno de los grandes retos que tiene por delante Amigos de Tara.

(A pesar del calor, tod@s dando el callo)
El colegio toma una nueva vida por la tarde con las clases de repaso a exalumnos (ellas vienen impecables con sus salwar-kameez blanco y su dupatha azul marino) y las clases extraescolares que llenan las aulas de música, bailes y risas. Las massis siguen teniendo todo limpio, higiénico y preparando unos guisos de verduras excelentes. Los chavales devoran 28 kilos diarios de arroz que se preparan en gigantescos calderos humeantes. Hay que colar el agua con mucha precisión para no quemarse y que no se pierda ni un grano.
(Ex-alumnas de Tara con el uniforme de su nuevo insti de secundaria)

Otros retos se persiguen: hay que seguir alfabetizando a madres, y ayudando a mejorar su autoestima e ingresos familiares a través del microcrédito. Hay que formar personas dispuestas a contar en su barrio que casar a una niña es destrozar su vida, que muchas enfermedades se pueden evitar con un poco de jabón, lejía, un condón... que una mujer no es culpable de tener un hijo discapacitado, ni un fantasma de que un niño que se cae de un tejado quede parapléjico.
(Discapacidad, otro campo de trabajo especializado que se ha añadido a Tara este curso)

Este verano buscando colegios para discapacitados, resulta que son escasísimos (23 en Calcuta, 3 en Howrah), y funcionan mejor los que gestionan Ong's porque los que dependen del gobierno penden de un hilo. Es otra de las misiones de Tara, mejorar la atención a la infancia diferente del barrio.
(Conociendo un colegio de niños diferentes)
Y no todo es perfecto, te cruzas con algún antiguo alumno que ha preferido holgazanear por el barrio como la mayoría de chavales. O hay que cerrar porque el colegio no está preparado para asumir 3 días de lluvia torrencial continuada, por mucho que empujamos con los cepillos las alcantarillas del barrio ya no tragaban. El agua subía por encima de las rodillas, arrastrando basura y miseria. Este otoño habrá que dar una nueva mano de pintura, pero sería más importante conseguir financiar una reforma para que el agua no entrara.
(Charlando con una viuda del barrio que vive bajo un puente donde se pudren pescados)

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