La India de Chantal Maillard
Excelente artículo de Emma Rodriguez sobre el libro "India" de Chantal Maillard publicado en lecturassumergidas.com , si te gusta visita su página y colabora :
Chantal Maillard en India: los caminos de lo sagrado
Por Emma Rodríguez © 2014 /
Si bien todos los libros que nos cautivan
son una aventura y un descubrimiento, hay algunos donde esa idea se
materializa de tal modo que, realmente, se convierten en un pasaje de
ida hacia regiones nunca visitadas, geográficamente hablando; pero
también hacia lugares, hacia pliegues interiores, apenas explorados, en
un sentido espiritual. Eso es lo que he sentido al cerrar las páginas de
“India”, de Chantal Maillard,
un volumen en el que la poeta y ensayista despliega sus vivencias, sus
búsquedas, sus conocimientos de un país esencial en su biografía como sendero de autoconocimiento, de acceso a lo profundo.
Al culminar la lectura, en los días
siguientes, que es cuando tomamos conciencia del alcance de lo recibido,
tuve la impresión de haber estado ahí, en una parte del mundo que no
conocía. Fue algo similar a esos sueños nítidos de los que salimos con
el convencimiento de que lo vivido con los ojos cerrados puede cobrar
más intensidad que la realidad que pisamos cada día. Fue, en verdad,
como un despertar luminoso en un escenario nuevo, en unas calles jamás
recorridas a las que llegué no precisamente como una turista más, sino
de la mano de quien sabiamente me guiaba hacia los rincones que no aparecen en los folletos publicitarios al uso,
hacia el encuentro, más allá del brillo de las apariencias, de esa
belleza oculta, auténtica en su desnudez, que sólo es capaz de percibir
el visitante que se despoja del equipaje previo, de los prejuicios, de
la mirada desacostumbrada a los contrastes, a los paisajes del silencio.
“¿Cuánto de lo que hacemos lo hacemos por hacerlo y cuánto para contarlo?
¿Qué de nuestra vida está vivido y qué está fotografiado y empaquetado
para vivirlo después, cuando pueda ser comunicado? ¿Cuánto de auténtico
viaje hay en nuestra vida y cuánto de turismo?”, se pregunta Chantal
Maillard. Y yo pienso que, antes de emprender la ruta, en el momento de
tomar en la mano ese pasaje impagable que ella me ha regalado, que
regala a sus lectores, tuve la suerte añadida de haber asistido a la
escenificación poético-visual de algunos de los fragmentos más
sobrecogedores del libro.
Quienes asistimos a la representación, alguno de los dos días en que fue programada en el Teatro Pradillo de Madrid, el pasado mes de marzo, vivimos una experiencia única: la de acceder al tránsito de la memoria de Maillard hacia su Benarés particular. Una ciudad mítica, sagrada, interpretada de manera diferente a través de los textos y poemas de la autora y de las imágenes filmadas por el cineasta David Varela.
Una fascinante, nada convencional travesía, que el espectador inicia un
poco desorientado al principio y que concluye entregado, consciente de
haber entrevisto esos espacios dobles en los que las esquinas exteriores
se engarzan con las más íntimas, en los que a cada panorámica
corresponde el retrato de un trocito de alma, de cielo.
Tuve la suerte añadida de haber asistido a la escenificación poético-visual de algunos de los fragmentos más sobrecogedores del libro. Quienes asistimos a la representación, alguno de los dos días en que fue programada en el Teatro Pradillo de Madrid, el pasado mes de marzo, vivimos una experiencia única: la de acceder al tránsito de la memoria de Maillard hacia su Benarés particular.
Mientras leía la primera parte de
“India”, esos “Diarios” en los que Chantal Maillard da cuenta de su
proceso de autodescubrimiento, escuchaba su voz. Esa voz modulada,
serena, perfecta para la lectura ante un auditorio. Cuando reconocía
algunos de los textos de la representación, la vibración de mis sentidos
se intensificaba y era como una vuelta a la escena: los movimientos
pausados de la mujer sobre las tablas, tan concentrada en transmitir, en
compartir, el latido de las palabras, bajo un tenue foco de luz.
Mientras leía, tenía presente esa aparente imperturbabilidad de la
protagonista, esa calma tras la que no es difícil intuir un aquietado
manantial de emociones. Mientras leía acudían a mí los sonidos, el
impacto de ciertos fotogramas que se me quedaron grabados y que ya
pueblan mi imaginario.
“¿Qué que vine a hacer aquí? ¡La gran
pregunta! ¿Y qué estuve haciendo allá? (…) Vienen aquí muchos, como
vinimos nosotros, cargados con su yo, con toda su ausencia a cuestas (…)
¿Qué vine a hacer aquí? Vine a no saberme, vine a estar. Hago: leo,
estudio, escribo, miro, estoy. Estoy en lo que hago, soy lo que hago.
Estoy en lo que miro. Soy lo que miro. No estoy. Dejo de estar frente a
mí misma (…) Quiero estar aquí. Por eso vine. Simplemente vine para querer estar donde estoy. Sorprendente respuesta, por inesperada. Lo que pensé que sería un adiós definitivo a este lugar resulta ser un encuentro.
Un encuentro más allá de lo esperado, más allá de cualquier idea de
encuentro o desencuentro”, va Chantal Maillard abriendo las puertas y yo
la sigo. Voy subrayando; anotando en los márgenes; tomándome tiempo
para absorber, para eliminar las interferencias que me impidan rozar,
apenas rozar, las paredes de sus estancias.
Hay un momento en el que la autora
explica que emprendió viaje a la India una y otra vez para comprobar,
para hacerse una idea de hasta qué punto lo que encontró en sus primeras
incursiones, esa llama transformadora, esa sabiduría de lo sagrado,
había cambiado, se había desvirtuado con el paso del tiempo. El
recorrido por las cerca de ochocientas páginas de su
libro, por sus claros y sus espesuras, sus remansos y complejidades, se
hace con el ánimo dispuesto a la revelación, a la búsqueda de esas zonas
de verdad que nos permitan “cobijarnos” -verbo que se utiliza mucho- en
nuestro ser; que nos lleven a saber un poco más de nosotros mismos, a
través del abrazo a ese tiempo vivido por alguien que decidió renunciar a las cosas de su mundo habitual, a los ruidos, oropeles e intereses de Occidente, para vislumbrar senderos menos trillados y acomodaticios.
Hay un momento en el que la autora explica que emprendió viaje a la India una y otra vez para comprobar, para hacerse una idea de hasta qué punto lo que encontró en sus primeras incursiones, esa llama transformadora, esa sabiduría de lo sagrado, había cambiado, se había desvirtuado con el paso del tiempo.
En esta entrega, vasta e intensa, en la
que la autora reúne todos sus aprendizajes sobre India, encontramos a la
poeta, a la investigadora, a la ensayista, a la mujer. Chantal Maillard
despliega ante nosotros sus múltiples lenguajes y nos muestra de qué manera tomó “el camino difícil que lleva al centro” del que hablaba Mircea Eliade.
“Es difícil llegar a uno mismo. Tal vez
porque también es difícil hallarse en situaciones desacostumbradas que
nos hagan sentir desamparados. Todo se ha vuelto demasiado habitual,
previsible. Son las situaciones, llamémoslas aporéticas, en las
que nos encontramos totalmente desprovistos de recursos las que, al
cerrarnos las puertas del mundo exterior, nos obligan a franquear los
límites del nuestro, interior”, me sitúo en el arranque de los “Diarios indios”, cuadernos de las primeras idas a un subcontinente cargado de leyendas.
Se trata de distintos viajes realizados en un arco temporal que abarca
de 1992 a 1999, todos diferentes, pero unidos por una única línea vital,
la de la persona que observa, que crece, que se transforma, que
siente, que aspira a alcanzar las orillas del silencio.
Imagino a Chantal Maillard, del mismo
modo que en el teatro, sentada ante un escritorio, llenando esos
cuadernos de apuntes, de versos, de sentidos. Pensamientos y
descripciones de escenas atrapadas en Jaisalmer, en Bangalore, en Benarés… En el primero de esos lugares, la última ciudad al noroeste, en el Rajastán, en el desierto del Thar,
tierra de mercaderes mogoles, cuyos descendientes, según dice, “se han
convertido en marchantes de tapices y proveedores de safaris en camello
para turistas con afán de aventura a bajo precio y a bajo riesgo”,
escribió: “Cierto que nada ni nadie es independiente de su entorno -ése
es el acuerdo que firman las criaturas con la vida cuando nacen- pero
creo que en cada ser hay algo inmune y no relativo. Traté tan sólo de
encontrar la metáfora que mejor conviene para hallarlo. Los
lugares nos quitan y nos dan su fuerza, pero cuando alguien logra
vislumbrar su propio centro se convierte en lugar para sí mismo y para
otros”.
Es bellísimo el modo en que Maillard
cuenta y nos conduce. Cualquier lector puede percibir la poesía, la
permanente revelación, el prodigio que emerge de sus páginas,
independientemente del gusto de cada cual por las filosofías orientales;
pero serán aquellos con hambre, con necesidad de alzarse más allá de la
órbita de las cosas, de lo material, los que realmente disfruten
traspasando las fronteras de las ciudades interiores que habitan,
saliendo de ellas, de su refugio. “Las ciudades interiores”, voy
leyendo, “se edifican alrededor del centro llegando a menudo a ocultarlo
por completo. Nos asentamos en ellas y nos dormimos. Las ciudades interiores son ciudades-dormitorio, ciudades-balneario, ciudades-fábrica, ciudades-estante
u otras; nos mecen, nos distraen, nos consuelan y siempre, de mil
maneras, nos confirman. Su material de construcción es el hábito;
reconocer es la consigna. Por eso, para que tiemble el habitante de la
ciudad interior, es menester destrozar el paisaje y quebrantar las costumbres,
confundirle hasta que el cansancio le derrumbe, se quiebren sus
planteamientos más sólidos, sus más estoicas propuestas, se disuelvan
sus expectativas, su paciencia se agote, y el ánimo más severo se
contraiga hasta la perspectiva de un nuevo combate”.
Cualquier lector puede percibir la poesía, la permanente revelación, el prodigio que emerge de sus páginas, independientemente del gusto de cada cual por las filosofías orientales; pero serán aquellos con hambre, con necesidad de alzarse más allá de la órbita de las cosas, de lo material, los que realmente disfruten traspasando las fronteras de las ciudades interiores que habitan, saliendo de ellas, de su refugio
Quien llegado a este punto se sienta
incómodo, temeroso, mejor que se dé la vuelta y elija otro libro a la
medida de sus afanes, porque si algo es esta “India” de Chantal Maillard
es un viaje perturbador, agitador de conciencias aletargadas.
Y ya que la mayoría no vamos a ser capaces de emprenderlo por nosotros
mismos, por lo menos acerquémonos a los márgenes de la experiencia,
comprendamosla, incorporemos algo de sus enseñanzas a nuestras vidas.
“Por un instante esta mañana, los muertos descansan en paz. Por un instante mis culpas, mis temores, mis lamentos toman la forma de los grajos que emprenden vuelo.
Por un instante mi vida es la larga cola que una ardilla, dos veces más
pequeña y liviana que ella, lleva con desenvoltura tras de sí en su
carrera, como una saltimbanqui”. Sigo la voz de Maillard, aún en
Jaisalmer. Sigo sus huellas en Bangalore, donde indaga en los múltiples
“yo” y se refiere a su derecho “a sonreír”, “a vivir”. Llego con ella a Benarés, donde el relato se construye sobre los 48 “ghats” o escalinatas que conducen al río sagrado, al Ganges. “Benarés”, dice, “es un lugar de poder. Se la odia o se la ama, ambas cosas a un tiempo, ambas intensamente”.
En este recodo del camino, la autora se detiene a contemplar las cometas cuyos hilos cortan los niños de Benarés,
las barcas que llegan a la orilla y la ceremonia de quemar a los
muertos que es “un arte de casta”. “Las piras arden muy cerca del agua.
Los hombres miran. No esperan. Nadie espera. Nada ni nadie aquí espera
nunca. Simplemente se está. El muerto consumiéndose en su lecho de
brasas, los hombres de pie sobre el barro (…) Retiran los troncos
ennegrecidos que servirán, tal vez, para otro fuego. Nada se pierde. Lo
vivo nace de lo muerto”, nos va relatando.
El peligro de la mente,
“ese falso adentro” que lo interpreta todo, que impide a los
occidentales ser en lo concreto, en lo inmediato; volcarse simplemente
en la acción, libres de distracciones, de pensamientos. De eso se habla
en este libro. “No hay verdad más alta que la conciencia del instante”,
leemos. Y se habla también de la identidad. ¿Quiénes somos realmente, detrás de qué pliegues se oculta el yo auténtico?. “Los demás hacen el yo, me hacen. Me hacen con sus ojos. Me hacen con su juicio, con su conocimiento. Sólo se conoce aquello que se repite. Conocer a alguien es haber asistido a sus repeticiones (…) Conocer a alguien es haberle tomado las medidas. Después de medido, el alguien es manejable”, escribe Maillard.
“Las piras arden muy cerca del agua. Los hombres miran. No esperan. Nadie espera. Nada ni nadie aquí espera nunca. Simplemente se está. El muerto consumiéndose en su lecho de brasas, los hombres de pie sobre el barro (…) Retiran los troncos ennegrecidos que servirán, tal vez, para otro fuego. Nada se pierde. Lo vivo nace de lo muerto”, nos va relatando Chantal Maillard
“No soy lo que represento, lo que se repite, no soy el mí que
se yergue ante el otro, que le teme, le odia, le desea, le asedia o le
rechaza, no soy los que dicen, no soy nada que pueda decirse (…) Yo soy la fuerza con sus pliegues, la fuerza que adopta una manera de plegarse -a eso llamamos persona-
y que a veces se despliega y se deja ver ante quien puede, ante quien
sabe ver dentro de los pliegues”, prosigue ese viaje paralelo, esencial,
“cada vez más adentro, cada vez más profundo”.
Esta parte, en la que se avanza
intentando identificar lo que de verdad importa y prescindiendo de lo
superfluo, este recorrido en el que la autora reconoce “adelgazar”
(“algo del mí se pierde” / “Voy quedando menos”, señala), resulta
fundamental en el todo, en lo mucho que es, que ofrece, esta entrega
abarcadora en la que Chantal Maillard, al igual que hizo Paul Bowles en “El cielo protector”, marca la diferencia entre el turista y el viajero, que es quien “ha aprendido a mirar”.
Las religiones, que no hay que confundir con los caminos espirituales,
esos “que emprenden quienes quieren desean alcanzar la comprensión de
la naturaleza de los mundos y de los planos de existencia”, están
presentes en este libro abierto, que registra todo el tiempo,
inevitablemente, los contrastes de creencias, de interpretaciones, entre Oriente y Occidente. Ya superada la fase de los “Diarios”, en un periplo-capítulo posterior, fechado en 2005 y que se titula “Adiós a la India”,
la autora pone de manifiesto el deterioro de una cultura ancestral, la
pérdida de su homogeneidad al entrar en contacto con los valores del
mundo occidental.
Maillard vuelve sobre sus pasos para
saber qué es lo que queda de lo que conoció, de lo que vivió en un lugar
que le proporcionaba distancia, diferencia, otro punto de partida para
reconocerse. Y aquí su mirada desencantada la hace cómplice del
desencanto, de la frustración, de tantos -en Occidente, en Oriente- ante
un presente aniquilador, usurpador de derechos, de humanidad. “Siempre me ha parecido que los indios tienen cierta propensión a padecer el síndrome de Estocolmo”,
reflexiona. “De la misma manera que admiraban a los británicos a pesar
de sentirse oprimidos por ellos, se sienten ahora fascinados por la
sociedad del mercado global al que las naciones occidentales les
convidan y del que son ya, en tantos campos, los mejores colaboradores y
los más convencidos. Y es que la palabra progreso sigue teniendo sentido para los países en vías de desarrollo (…) La palabra progreso
es una etiqueta eficaz que los poderes (los de aquí, los de allí y los
de más allá), continúan utilizando como garantía de sus proyectos. El
mercado necesita esclavos, consumidores y productores, e India ofrece
las tres cosas y en abundancia”, voy transcribiendo sus palabras.
Consciente de que “todo cambia”, la autora señala que no es tan ingenua como para querer preservar esa parte del mundo en “una urna de cristal”, al alcance de unos cuantos nostálgicos en busca de “algo puro, original o genuino”.
Dice que eso iría contra la propia voz de India, “de su antigua
cosmogonía que tanto ha sabido enseñarnos la evolución de los ciclos”,
pero no se resiste a pensar que tiene que haber “parcelas que debieran
respetarse por el bien de todos, ciertas formas antiguas de tratar con
lo que hemos denominado el entorno y de utilizarlo con arte: con sabiduría”.
“¿Qué ha pasado con los logros del espíritu, con las enseñanzas, con la antigua sabiduría?”, se pregunta. “India lo ha vendido todo, incluso lo más preciado”,
contesta, no sin pesar. ¿Qué hemos aprendido de India, qué podemos
aprender aún?, seguimos preguntándonos. Y he aquí que la experiencia
transformadora de Chantal Maillard le permite afirmar que lo percibido
allí le basta como ejemplo “para tener la certeza de que la vida es algo
más y mejor que aquello en lo que la hemos convertido en las ciudades
del mercado global”.
Merece la pena iniciar este viaje que
requiere tiempo y un espíritu en calma. Hace falta calma para apreciar
en toda su magnitud la lucidez de las reflexiones. Hace falta calma para
acercarse a unos valores, a una cultura que pervive, pese a todo, en
sus textos sagrados, en sus rituales, en el relato de tantos viajeros
inquietos, buscadores de las esencias. Hace falta calma para
percibir en toda su grandeza la imagen de las vacas sagradas o de esos
búfalos de Benarés, animales “sanadores, eternos”, de los que
habla la escritora. Y también para ser merecedores de ese episodio
insólito y cercano que nos desvela y que vivió en un viaje reciente, en
2012. Un episodio que le permitió comprobar la relatividad de los
parámetros en los que nos movemos, anticiparse a los pensamientos de los
otros y sobrepasar las escalas de la supuesta , romper las franjas del
tiempo, del latir de lo cotidiano.
Hay un pasadizo de poemas en “India”,
un túnel por el que seguimos la marcha. Es una especie de remanso, una
parada en el camino que nos aligera. Me gusta el ritmo, la estructura de
este libro, la manera en la que las distintas partes se engarzan,
fluyen y nos llevan en su corriente. Como los pájaros que se posan en
las ramas de un árbol y se dejan mecer por el viento, así nosotros nos
subimos a los versos del poema y nos dejamos balancear en su gesto, en
su palabra esclarecedora. El verso, cuando es auténtico, detiene
el tiempo, dice Chantal Maillard. “Detiene la acción para crear el
instante: tiempo detenido para la conciencia”, le hizo saber a
un amigo que le pidió que le hablase de la escritura poética cuando ella
llevaba cinco años sin componer un poema. “Aquí el tiempo es un búfalo.
Si escribiese un poema debería decir en el verso lo que es el búfalo.
Mañana tal vez sea un tornado, una herida abierta en mi tobillo o las
letras de mi nombre apresadas en un billete de la British Airlines entre
Calcuta y Londres. El poema soy yo que dice búfalo, tornado, letras, Calcuta. El poema es lo que dice yo”, le escribió en una misiva fechada en 1995.
Hay series de poemas que se corresponden con los primeros viajes a India de la autora: ”El canto de Parvat”, “Poemas del té”, “La otra orilla”, “El río”, “A los pies del monte Langtang” y los poemas en prosa que componen “Cuentos de Assi”. Hay, asimismo, composiciones más recientes, pertenecientes a “Las lágrimas de Käli”. A “El río” pertenece uno de los poemas más impresionantes, estremecedores, del recorrido. Se titula “La muerta”.
Se incluye en la escenificación teatral de “Diarios indios”, a la que
aludía al comienzo de este texto, y en él la autora imagina que ha
muerto y que es la protagonista de una ceremonia de cremación a orillas
del Ganges. “He muerto hace diez horas / Han vestido mi cuerpo de rojo y
azafrán. / A hombros me han llevado por las calles oscuras. Mi carne
huele a incienso, a aceites perfumados, / a guirnaldas…”
“Aquí el tiempo es un búfalo. Si escribiese un poema debería decir en el verso lo que es el búfalo. Mañana tal vez sea un tornado, una herida abierta en mi tobillo o las letras de mi nombre apresadas en un billete de la British Airlines entre Calcuta y Londres. El poema soy yo que dice búfalo, tornado, letras, Calcuta. El poema es lo que dice yo”, escribió la autora en una misiva fechada en 1995
La poesía, lenguaje de la profundidad, de la esencia,
se adapta como una segunda piel a las exploraciones de la creadora, a
sus momentos de alegría, de meditación, a esa experiencia, a veces
alcanzada, de fusión del propio ser con todos los elementos del
universo. Y, después, vienen los ensayos: puertas abiertas al discurrir
del pensamiento, al estudio, al contraste de ideas y pareceres, al
conocimiento. Ensayos que se detienen, por ejemplo, en los textos sánscritos, en “las enseñanzas secretas de los sabios del Bosque,
“hombres retirados de las ciudades y dedicados a la contemplación”, que
“concibieron lo que se conocería más tarde como vedanta, una doctrina
de tal amplitud y sencillez que podía sin dificultad ser admitida por
todos los pueblos de India”. Una doctrina basada en el principio de que “todos los seres son el brahman”, de que “nada queda fuera del brahman” (lo absoluto, la esencia).
La poeta ha dado paso a la filósofa que
se hace preguntas, busca relaciones y dedica muchos de sus textos a
indagar en la influencia del vedanta, del hinduismo, del budismo, en el
pensamiento europeo, así en Fichte, en Schelling, en Hegel, en
Schopenhauer… Hay un momento muy significativo en el que señala: “Si
algo puede enseñarnos India, con su caleidoscópico panorama religioso,
es refrescarnos la memoria no sólo con respecto al carácter hermenéutico
de los sistemas, sino también a su carácter práctico. Pues si la
religiosidad se nutre de interpretaciones doctrinarias, la
espiritualidad responde a una voluntad de transformación práctica que
está en el origen olvidado de todas las religiones y que nada tiene que
ver con la superstición o la creencia ciega sino, antes bien, con el
despojamiento de las mismas”.
Maillard señala a esos “caminos de sabiduría que coinciden con el de los primeros filósofos”,
a esos “caminos de vaciamiento interior que pasan por las más alta
prueba: el enfrentamiento de la conciencia con su propio reflejo”. “Nada sé”, concluye, “es la expresión de la más alta sabiduría ante el silencio”.
“Si algo puede enseñarnos India, con su caleidoscópico panorama religioso, es refrescarnos la memoria no sólo con respecto al carácter hermenéutico de los sistemas, sino también a su carácter práctico. Pues si la religiosidad se nutre de interpretaciones doctrinarias, la espiritualidad responde a una voluntad de transformación práctica que está en el origen olvidado de todas las religiones y que nada tiene que ver con la superstición o la creencia ciega sino, antes bien, con el despojamiento de las mismas”
Son muchos los asuntos que motivan a la
autora y que acaban fascinando, fascinandonos, a sus lectores. Me han
interesado especialmente las piezas en las que se analiza el modo en el
que el arte, la escenificación, “permite franquear las barreras de lo
individual” y procura “el placer de lo trágico”,
pudiendo convertirse lo representado, lo creado, en un medio para
alcanzar la compasión y la empatía con los semejantes. Me ha interesado
un escrito de 1998 titulado “Salvar las fronteras”, que empieza: “Hubo un tiempo en el que la noción de frontera iba inevitablemente unida a la de horizonte”
y donde se analiza el viaje como “traslado” de lo que somos a otro
lugar, sin experiencia de cambio. “Cualquier país de traslado se
convierte en fronterizo. Aquel que se traslada a él no va a exponerse,
no va a ofrecerse al embate de lo adverso, sino que va a comprobar,
simplemente, con sus propios ojos, lo que ya vieron sus propios ojos en
los documentales televisivos”, señala la autora.
Y más adelante, nos habla de los lugares sagrados de India. “En India lo sagrado se toca, se ve, se huele; lo sagrado se percibe y se usa, se utiliza.
A diferencia de los templos de Occidente, cuyas puertas se abren sólo
para el culto o en horas de visita (…) los lugares sagrados de India son
espacios abiertos, pequeños o grandes espacios acotados en la trama de
lo real, agujeros por donde los dioses pueden asomarse y el individuo
reconocerse fuera de sí (…) Las orillas del Ganges, por
ejemplo, son un lugar sagrado, y esto no quiere decir que hayan de
pisarse con cuidado, o que no deban pisarse. Lo sagrado es sagrado
cuando se utiliza y precisamente cuando se utiliza. Son sagradas las
aguas del río, y en ellas se lava la ropa, se asean las personas, se
hacen ofrendas, se bañan los pies de los muertos y se esparcen sus
cenizas…”, vamos leyendo.
Y proseguimos, unas páginas más adelante:
“La conciencia de lo sagrado es ante todo reconocimiento de la libertad
de los seres, respeto al cumplimiento de su trayectoria; la conciencia de lo sagrado es respetuosa atención, aprendizaje no tanto de lo otro como de lo común,
lo que a todos nos pertenece. Hay una diferencia fundamental entre la
pertenencia y la posesión. Pertenecer va asociado a compartir; poseer, a
excluir. Y los espacios sagrados no se poseen, se comparten”.
Podría seguir transcribiendo párrafos y
más párrafos. Podría seguir anotando impresiones y refiriéndome a otras
de las múltiples ventanas que abre Chantal Maillard en esta entrega
trascendente que para mí ya se ha convertido en un libro de cabecera.
Pero es preferible que seas tú, querido lector, lectora, el que siga
tirando del hilo, rastreando, planteandote más preguntas. Me dirijo a
ti, así, directamente, para asegurarte, de nuevo, que merece la pena
tomar este pasaje y emprender el viaje. Pero antes me permito hacer una
parada, ya al final del recorrido, en un ensayo de 2012 titulado “La India globalizada: ¿Quién gana y quién pierde?”.
Un ensayo que resulta fundamental porque
en él Chantal Maillard da por concluida su travesía. Y lo hace, como
decía anteriormente, con la mirada desencantada, con pesar, con la rebeldía que le otorga su conciencia crítica.
“¿Qué India es la que se beneficia del contacto con Occidente y qué
otra India se ha visto empobrecida y está siendo silenciada, eliminada o
neutralizada?, se cuestiona. Y se refiere a la desigualdad entre los
pobres y los ricos, que cada vez aumenta más en India y en cualquier
lugar del mundo; lamenta el abandono, la evacuación de las poblaciones
rurales, “empujadas hacia los cinturones de miseria de las grandes
ciudades” y nos anima a volver la vista hacia esas economías de
subsistencia, hacia esas sociedades ágrafas, capaces de respetar los
ciclos de la naturaleza, el ecosistema del que se sienten parte y al que
no osan degradar ni romper.
“¿Qué India es la que se beneficia del contacto con Occidente y qué otra India se ha visto empobrecida y está siendo silenciada, eliminada o neutralizada?, se cuestiona la autora. Y se refiere a la desigualdad entre los pobres y los ricos, que cada vez aumenta más en India y en cualquier lugar del mundo; lamenta el abandono, la evacuación de las poblaciones rurales, “empujadas hacia los cinturones de miseria de las grandes ciudades” y nos anima a volver la vista hacia esas economías de subsistencia, hacia esas sociedades ágrafas, capaces de respetar los ciclos de la naturaleza.
“¿Qué hacer cuando el propio gobierno, que debería proteger los intereses de su pueblo, se alía con el enemigo?,
sigue interrogándose Maillard y cita casos concretos en los que
empresas occidentales han impuesto sus intereses a costa de expoliar los
recursos y perjudicar, sin un ápice de remordimiento, contra toda
ética, a la población india. Dibuja un panorama en el que determinadas
compañías mineras usurpan terrenos a las poblaciones tribales, roban a
plena luz del día y son capaces de comprar a dirigentes, a jueces, a
medios de comunicación, hasta a ONGs y agencias de ayuda humanitaria,
con tal de alcanzar sus fines. Nombra a personas, héroes del presente, que han emprendido la lucha a través incluso de acciones extremas como huelgas de hambre. Y sigue los pasos de la infatigable escritora y activista Arundhati Roy,
quien tanto ha defendido la causa de los pueblos sin voz. Pero, al
final, sólo la unión de muchos forjara la fuerza necesaria para intentar
cambiar las cosas.
Chantal Maillard habla de la India, de
una mal llamada democracia en la que trescientos millones de
privilegiados, de los que se nutren las clases políticas y empresariales
que viven a la occidental, se imponen sobre 921 millones de
marginales”, pero su preocupación se vuelca también en Occidente. La
globalización nos hermana en la pérdida de los derechos, en la miseria,
en la perplejidad ante la deriva catastrófica de los acontecimientos.
“¿Qué voz habrá que, en Occidente, pueda unificar a todos los que nos
preguntamos qué hacer con esa voz que, dicen, tenemos cada uno, al menos
para los comicios, pero que, vistos los resultados, no parece que
sepamos emplear debidamente?, es otra pregunta básica a la que habremos de encontrar respuesta.
Chantal Maillard habla de la India, de una mal llamada democracia en la que trescientos millones de privilegiados, de los que se nutren las clases políticas y empresariales que viven a la occidental, se imponen sobre 921 millones de marginales”,pero su preocupación se vuelca también en Occidente. La globalización nos hermana en la pérdida de los derechos, en la miseria, en la perplejidad ante la deriva catastrófica de los acontecimientos.
La autora arremete contra la corrupción del gobierno indio, pero constata también que el mal se ha extendido a las democracias europeas. “Las sagradas democracias se han convertido en un eufemismo de las políticas económicas neoliberales”,
denuncia. “La sociedad de mercado tiene en sus manos una herramienta de
neutralización (la palabra que utilizaba el marxismo inicial era alienación),
muy poderosa: el ansia”, comenta, y cuenta como la falta de avidez es
vista como un problema para las autoridades indias, quienes creen que no
son necesarias las armas, sino un simple televisor en las casas de los
campesinos rebeldes, para controlarlos.
Su texto nos devuelve al más nefasto de
los presentes y nos lleva a pensar hasta qué punto nos manipulan quienes
nos hablan de India como una economía emergente. ¿Es ahí, hacia esos
modelos de competitividad, hacia dónde se quiere dirigir la Europa de la
austeridad y los recortes?, abrimos otro interrogante. Y, sin embargo, los textos sagrados de India, nos esperan.
Y nos hablan de que otro tipo de vida es posible, de que el bienestar,
la auténtica felicidad, está en otra parte. Esa otra parte que podemos
hallar, intuir, recorrer, en las páginas de esta “India”. Yo he dado por
concluida aquí mi lectura. Pero aún queda un pequeño colofón; mejor una
sorpresa. Unas cuantas preguntas enviadas a Chantal Maillard y
contestadas por ella, a través de correo electrónico en abril de 2014.
“Perderse es el punto de partida. Mis poemas dicen esa pérdida”
- Como lectora me he acercado a
“India” como quien realiza un viaje, el viaje de Chantal Maillard,
intentando humildemente aprender algo de sus búsquedas. Ya en el prólogo
indicas que, pese a que conseguiste llegar a “ser aquello que
percibías”, dejando de querer, despojándote de juicios y tensiones, ese
estado duró solo un tiempo. Pero me imagino que quien llega hasta ahí,
de algún modo, se siente transformado para siempre, ¿no?
- Muchos occidentales fuimos a India en
busca de unas claves para entender cuestiones que tienen que ver con el
sentido de la existencia. Creímos que podían aún hallarse, en algunos
lugares de aquel antiguo subcontinente, conocimientos que nosotros
habíamos olvidado. Pero lo que aprendes, si algo aprendes, es que las
respuestas están en uno mismo si tienes la paciencia de observar. Sólo
que te topas con ellas justo cuando el “yo” desaparece. Claro que si el
yo ha desaparecido, la pregunta es: ¿Quién pregunta? En cualquier caso, perderse es el punto de partida.
Esa pérdida es lo importante. Mis poemas dicen esa pérdida, o apuntan a
ella. Son la manera que tengo de volver a dirigirme a aquella vacuidad,
aquel despojamiento del mí que te hace ser lo que ves.
- Decía Mircea Eliade que “el
camino que lleva al centro es difícil”. ¿Hasta qué punto tu libro es la
materialización, la demostración, de eso?
- Mi “India” es, como habrás podido constatar, un itinerario que comienza en 1987 y termina en el 2012.
Más de 25 años, pues, de pensar esa cultura de múltiples maneras, desde
la investigación filosófica a la reflexión más autobiográfica de los
diarios o los poemas. El libro no pretende demostrar nada. Es más bien,
en su conjunto, el testimonio de un rodeo o, más bien, de un
merodeo: aquel que ha de hacerse en lo otro para poder acercarse a lo
propio con cierta objetividad. Cuando lo que está en juego, lo
que se pretende conocer, es uno mismo, la inmersión en lo desconocido es
imprescindible. En cuanto al centro, la palabra es una metáfora para el
resultado del ejercicio que consiste en aquietar la mente, su continuo
parloteo. El “centro” es el punto en el que las energías, cuando dejan
de dispersarse, se con-centran.
Muchos occidentales fuimos a India en busca de unas claves para entender cuestiones que tienen que ver con el sentido de la existencia. Creímos que podían aún hallarse, en algunos lugares de aquel antiguo subcontinente, conocimientos que nosotros habíamos olvidado. Pero lo que aprendes, si algo aprendes, es que las respuestas están en uno mismo si tienes la paciencia de observar.
- Recorremos el libro, vamos
avanzando, y al final nos quedamos con una cierta frustración. Toda la
sabiduría de Oriente, su sentido de la espiritualidad, sus ritos, sus
creencias, se han convertido en folklore, en espectáculo para turistas.
La globalización, el mercado, el ansia, lo ha eclipsado, lo ha
contaminado todo. Pero, ¿no queda la vibración, la energía de todos los
que a lo largo del tiempo han meditado, han mirado hacia dentro?
- La globalización reduce los elementos
culturales a folklore porque de esta manera se convierten en producto y
los productos se venden. ¿Qué, de otras culturas, no hemos convertido en
producto cultural? Sin embargo no todo es reducible. Por eso es
importante no sobrevolar aquellos territorios ni quedarse mirando sin
más lo que nos ofrecen las guías. Hace falta demorarse en lo que
queda de esas tradiciones, estudiar su legado, sus textos, pensarlos y,
sobre todo, experimentarlos. Si algo nos enseña la cultura
india es que hay maneras de mirar hacia dentro, como dices, y de
aquietar la mente para así, averiguar en qué consiste su naturaleza.
Esta es la gran enseñanza del hinduismo y del budismo, y aún es posible
aprender de ello.
- San Juan de la Cruz se refería a
“la sed, el hambre y el ansia de sentido espiritual” del ser humano.
¿No sigue existiendo la misma sed en los hombres y mujeres del siglo
XXI? ¿Hacia dónde mirar, sigue, pese a todo, siendo Oriente un
referente?
- Seguramente sí. Pero las ideologías han pervertido el camino. Las religiones han confundido la necesidad de sentido y de conocimiento interior con la necesidad de paliar el desamparo.
Poco tiene que ver el deseo de conocimiento con el miedo, más bien todo
lo contrario. Las teologías se inventaron para aplacar el miedo. Pero el que quiere conocerse ha de saber saltar.
Saltar fuera de lo aprendido, fuera de los caminos trazados, fuera de
lo aceptado. Si India sigue siendo un referente es porque sus métodos de
enseñanza espiritual no alimentan ninguna creencia, sino que, por el
contrario, enseñan a salirnos de ellas.
- ¿Crees que estamos en el umbral
de un cambio, que las figuras y valores del capitalismo se están
desmoronando? ¿Cómo imaginas los nuevos contornos de las sociedades por
venir?
- No soy muy optimista. Después de la
bonanza siempre viene una época de oscuridad porque lo que es bueno para
unos es generalmente malo para otros. Hemos vivido en Occidente una etapa de bienestar, pero la hemos construido con las riquezas de otros continentes.
Algunas generaciones han podido vivir sin conocer una guerra, pero se
han nutrido de contiendas ajenas. El ser humano es, a mi entender, la
triste consecuencia de un error de la naturaleza o, tal vez, la plaga
que el planeta necesita para transformarse. Contemplar el universo es siempre una lección de humildad.
Somos el único animal que no tiene memoria genética de los comienzos.
¿Qué son nuestros valores frente a la naturaleza cambiante de los
glaciares o del fuego que aún arde en el centro de la tierra? ¿Qué son
nuestras fórmulas de gobierno frente al proceso infinitamente incierto
de las galaxias? ¿Qué eternidad pretendemos alcanzar?
- ¿Con este libro das por concluidas todas tus experiencias sobre India?
- Doy por terminados mis viajes a ese continente. La experiencia no, la experiencia no concluye. Sigue activa.
- ¿Hacia dónde avanza Chantal Maillard?
- Hacia su propia desaparición. Como todo el mundo.
“India”, de Chantal Maillard, ha sido publicado por la editorial Pre-Textos.
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Créditos Fotográficos:
• Fotografía 1: © Fernando Leal – Hombre tumbado en la orilla / Río Ganges / Benarés
• Fotografía 2: © Fernando Leal – Barquero / Río Ganges / Benarés
• Fotografía 3: © Fernando Leal – Abluciones de mujeres / Río Ganges / Benarés
• Fotografía 4: © Fernando Leal – Hombres en la orilla / Río Ganges / Benarés
• Fotografía 5: © Fernando Leal – Ceremonia de cremación vista desde una barca / Río Ganges / Jalasen-Ghat
• Fotografía 6: © Fernando Leal - Escena de meditación / Río Ganges / Benarés
Benarés,
también conocida como Varanasi, es una de las siete ciudades santas de
la India. Éste enclave milenario está situado en el norte de la India, a
orillas del sagrado río Ganges.
• Las dos fotografías de Chantal Maillard nos han sido facilitadas por la propia autora.
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