Un año de la tragedia de Bangladesh
Las empresas textiles siguen explotando a seres humanos para vender ropa barata en los centros comerciales. Un año después de la muerte de más de 1100 personas en el derrumbe de un edificio donde se confeccionaba ropa en jornadas de 16 horas por poco más de 30 euros mensuales, las grandes marcas no han invertido el dinero prometido, líderes sindicales han sido asesinados, y a base de huelgas sólo se ha conseguido subir el salario a 49 euros mensuales... Parece que se tendrá más cuidado al estado de los edificios. Pero ¿y las personas? Los nadie siguen sin tener quien les cuide...
Recojo algunos artículos al respecto que he encontrado en red.
Lluis Bassets nos recuerda:
Los socialistas están en Europa, pero los obreros en huelga están en China. Ahora mismo 30.000 de ellos en las factorías de Adidas y Nike en las provincias de Jingxi y Guangdong protagonizan la mayor protesta de la que existe memoria viva, en exigencia de mejoras salariales e indemnizaciones en caso de despido. Quienes les emplean ya están llevándose los encargos hacia el sur, a Bangladesh, donde es posible alcanzar costes de producción todavía más bajos, gracias no tan solo a las ínfimas retribuciones, las más bajas del mundo, si no a las pésimas condiciones de trabajo, salubridad e incluso seguridad física.
Hace un año se hundió en Dacca el Rana Plaza, un edificio agrietado y fuera de toda norma legal que producía para las multinacionales de la moda. Perdieron la vida 1.139 personas y otras 2.300 quedaron mutiladas o heridas. Solo una tercera parte de las indemnizaciones han llegado a las víctimas. Un grupo de ONG ha convocado para hoy una jornada de protesta en conmemoración de la mayor catástrofe de la historia del textil y a la vez cruel expresión de los males del capitalismo globalizado. Es el día de la Fashion Revolution, la moda revolucionaria. Las fábricas están en Asia, junto al pivote del mundo, pero la partida se juega en el escenario global, aunque a veces no queramos enterarnos.
Naiara Galarraga escribe un artículo muy completo:
Recojo algunos artículos al respecto que he encontrado en red.
Lluis Bassets nos recuerda:
Los socialistas están en Europa, pero los obreros en huelga están en China. Ahora mismo 30.000 de ellos en las factorías de Adidas y Nike en las provincias de Jingxi y Guangdong protagonizan la mayor protesta de la que existe memoria viva, en exigencia de mejoras salariales e indemnizaciones en caso de despido. Quienes les emplean ya están llevándose los encargos hacia el sur, a Bangladesh, donde es posible alcanzar costes de producción todavía más bajos, gracias no tan solo a las ínfimas retribuciones, las más bajas del mundo, si no a las pésimas condiciones de trabajo, salubridad e incluso seguridad física.
Hace un año se hundió en Dacca el Rana Plaza, un edificio agrietado y fuera de toda norma legal que producía para las multinacionales de la moda. Perdieron la vida 1.139 personas y otras 2.300 quedaron mutiladas o heridas. Solo una tercera parte de las indemnizaciones han llegado a las víctimas. Un grupo de ONG ha convocado para hoy una jornada de protesta en conmemoración de la mayor catástrofe de la historia del textil y a la vez cruel expresión de los males del capitalismo globalizado. Es el día de la Fashion Revolution, la moda revolucionaria. Las fábricas están en Asia, junto al pivote del mundo, pero la partida se juega en el escenario global, aunque a veces no queramos enterarnos.
Naiara Galarraga escribe un artículo muy completo:
Hace un siglo, en marzo de 1911, un incendio que mató a 146
costureras en la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York -la tierra
prometida para aquellas inmigrantes llegadas de Italia y Europa del
Este-- cambió para siempre la industrial textil estadounidense: propició
leyes de seguridad laboral y estimuló la creación de sindicatos que
protegieran a los obreros. Los optimistas confían en que el desastre del
Rana Plaza –ocurrido al otro lado del mundo, en Bangladesh, 102 años
después pero con algunas similitudes escalofriantes-- genere una
transformación similar en una industria globalizada, complejísima, que
solo en ese país supone un negocio de 16.000 millones de euros al año y
emplea a cuatro millones de personas. Inmediatamente después de la mayor
catástrofe industrial de Asia -con 1.134 muertos y 2.500 heridos--
proliferaron iniciativas que un año después se han traducido en algunas
mejoras que, si se cumple plenamente lo firmado sobre el papel, podrían
sentar las bases de un cambio más profundo.
El salario mínimo, que atrajo a Bangladesh a las grandes marcas en los últimos años porque era el más bajo del mundo, sigue siéndolo aunque tras meses de duras negociaciones fue incrementado en un 77% (hasta los 5.300 taka, 49 euros mensuales). Menos de lo que los sindicatos reclamaban. Los trabajadores de textiles de Camboya, los segundos peor pagados del planeta, han protagonizado en los últimos meses furibundas protestas exigiendo mejoras. Pero las grandes marcas no descansan, siempre están a la búsqueda de países más estables y con mejores precios que les permitan satisfacer la demandas de novedades constantes a precios baratos que exige su clientela. H&M ha anunciado que empezará a surtirse en África subsahariana, en fábricas de Etiopía y Kenia, y otras firmas, explican fuentes del sector, trabajan en India con empleados somalíes. La manufactura textil tiene la virtud de que es muy fácilmente trasladable, basta llevar máquinas de coser hasta donde esté la mano de obra. Birmania, con su transición democrática, es el último Eldorado para el sector.
El desastre puso en evidencia algunos flancos por los que la cadena de producción de las grandes multinacionales textiles hacía aguas y dejó sin trabajo ante un penoso futuro a los que sobrevivieron al desplome de las nueve plantas –varias construidas sin permiso- sobre sus cabezas en la última semana del mes. Los capataces obligaron aquel 24 de abril a regresar a sus puestos a los empleados, alarmados por unas grietas. Aquellas mujeres y aquellos hombres volvieron a coser o a empaquetar. No se podían arriesgar a perder toda la paga de abril.
Levantar las trabas administrativas para que los sindicatos puedan operar con una cierta libertad fue una de las primeras consecuencias. Ahora hay 134 centrales inscritas, frente a las dos de 2010, recalca la Organización Internacional del Trabajo. Se han archivado los casos contra sindicalistas que como Kalpona Akter o Babul Akter se han jugado el cuello por lograr unas condiciones de trabajo mínimas en el sector, pero la investigación sobre el asesinato de su colega Aminul Islam --un año antes de la tragedia fue hallado con signos de tortura- sigue empantanada.
La catástrofe del Rana Plaza reveló también que las auditorías sociales –centradas en evitar el trabajo infantil o esclavo-- obviaban el estado de los edificios que albergan los talleres. Unas 150 empresas europeas –incluidos los gigantes Inditex y H&M-- han diseñado un sistema de inspecciones técnicas que ya han empezado. Una treintena de firmas estadounidenses –encabezados por Walmart-- crearon otro marco para supervisar la seguridad en los talleres. La principal diferencia es que el acuerdo europeo es legalmente vinculante y el norteamericano no. Más de 600 factorías han sido inspeccionadas, algunas han sido obligadas a cerrar por inseguras.
El europeo, denominado Acuerdo Bangladesh, incluye en su página web por ejemplo el diagnóstico técnico de cada factoría inspeccionada, el detalle de las reparaciones necesarias y el coste, que las empresas que se surten de ellas han aceptado costear parcialmente. Hace un año hubiera sido impensable que las firmas hicieran público (a la competencia y al resto del mundo) qué empresas les surten y dónde están.
Prácticamente ninguno de los 4.000 operarios salió indemne del desplome del Rana Plaza. Murieron, quedaron mutilados, heridos o traumatizados. Y además sin trabajo. Dos meses después muchas víctimas juraban que jamás volverían al textil pero Bangladesh ofrece pocas oportunidades laborales más, sobre todo a las mujeres.
La mayoría de los supervivientes del desastre recibirán esta semana solo un adelanto de la indemnización que según un sistema diseñado por empresas, patronal, sindicatos y ONG bajo la supervisión de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) les corresponde. El problema es que de los 29 millones necesarios el Fondo de Compensación solo han recaudado un tercio (incluidos los pagos de Primark, que son solo para sus trabajadores). Eva Kreisler, de la campaña Ropa Limpia en España, sostiene que este sistema de compensaciones “será eficaz cuando cumpla su fin, cuando la gente haya cobrado”. Y eso requiere que la participación de más empresas y que las ya involucradas aporten más dinero, detalla.
Este grupo activista recuerda que las 29 empresas vinculadas a las factorías desplomadas suman unos beneficios de 16.000 millones. “Se les está pidiendo que aporten menos del 0,2% de sus beneficios para compensar de alguna manera a las personas sobre las que se construyen sus beneficios”, recalcó a Reuters Ineke Zeldenrust, coordinadora internacional de la campaña.
El crecimiento del sector textil de Bangladesh, tan veloz como desordenado en los últimos años, se ha frenado este año a su tasa más baja.
El salario mínimo, que atrajo a Bangladesh a las grandes marcas en los últimos años porque era el más bajo del mundo, sigue siéndolo aunque tras meses de duras negociaciones fue incrementado en un 77% (hasta los 5.300 taka, 49 euros mensuales). Menos de lo que los sindicatos reclamaban. Los trabajadores de textiles de Camboya, los segundos peor pagados del planeta, han protagonizado en los últimos meses furibundas protestas exigiendo mejoras. Pero las grandes marcas no descansan, siempre están a la búsqueda de países más estables y con mejores precios que les permitan satisfacer la demandas de novedades constantes a precios baratos que exige su clientela. H&M ha anunciado que empezará a surtirse en África subsahariana, en fábricas de Etiopía y Kenia, y otras firmas, explican fuentes del sector, trabajan en India con empleados somalíes. La manufactura textil tiene la virtud de que es muy fácilmente trasladable, basta llevar máquinas de coser hasta donde esté la mano de obra. Birmania, con su transición democrática, es el último Eldorado para el sector.
El desastre puso en evidencia algunos flancos por los que la cadena de producción de las grandes multinacionales textiles hacía aguas y dejó sin trabajo ante un penoso futuro a los que sobrevivieron al desplome de las nueve plantas –varias construidas sin permiso- sobre sus cabezas en la última semana del mes. Los capataces obligaron aquel 24 de abril a regresar a sus puestos a los empleados, alarmados por unas grietas. Aquellas mujeres y aquellos hombres volvieron a coser o a empaquetar. No se podían arriesgar a perder toda la paga de abril.
Levantar las trabas administrativas para que los sindicatos puedan operar con una cierta libertad fue una de las primeras consecuencias. Ahora hay 134 centrales inscritas, frente a las dos de 2010, recalca la Organización Internacional del Trabajo. Se han archivado los casos contra sindicalistas que como Kalpona Akter o Babul Akter se han jugado el cuello por lograr unas condiciones de trabajo mínimas en el sector, pero la investigación sobre el asesinato de su colega Aminul Islam --un año antes de la tragedia fue hallado con signos de tortura- sigue empantanada.
La catástrofe del Rana Plaza reveló también que las auditorías sociales –centradas en evitar el trabajo infantil o esclavo-- obviaban el estado de los edificios que albergan los talleres. Unas 150 empresas europeas –incluidos los gigantes Inditex y H&M-- han diseñado un sistema de inspecciones técnicas que ya han empezado. Una treintena de firmas estadounidenses –encabezados por Walmart-- crearon otro marco para supervisar la seguridad en los talleres. La principal diferencia es que el acuerdo europeo es legalmente vinculante y el norteamericano no. Más de 600 factorías han sido inspeccionadas, algunas han sido obligadas a cerrar por inseguras.
El europeo, denominado Acuerdo Bangladesh, incluye en su página web por ejemplo el diagnóstico técnico de cada factoría inspeccionada, el detalle de las reparaciones necesarias y el coste, que las empresas que se surten de ellas han aceptado costear parcialmente. Hace un año hubiera sido impensable que las firmas hicieran público (a la competencia y al resto del mundo) qué empresas les surten y dónde están.
Prácticamente ninguno de los 4.000 operarios salió indemne del desplome del Rana Plaza. Murieron, quedaron mutilados, heridos o traumatizados. Y además sin trabajo. Dos meses después muchas víctimas juraban que jamás volverían al textil pero Bangladesh ofrece pocas oportunidades laborales más, sobre todo a las mujeres.
La mayoría de los supervivientes del desastre recibirán esta semana solo un adelanto de la indemnización que según un sistema diseñado por empresas, patronal, sindicatos y ONG bajo la supervisión de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) les corresponde. El problema es que de los 29 millones necesarios el Fondo de Compensación solo han recaudado un tercio (incluidos los pagos de Primark, que son solo para sus trabajadores). Eva Kreisler, de la campaña Ropa Limpia en España, sostiene que este sistema de compensaciones “será eficaz cuando cumpla su fin, cuando la gente haya cobrado”. Y eso requiere que la participación de más empresas y que las ya involucradas aporten más dinero, detalla.
Este grupo activista recuerda que las 29 empresas vinculadas a las factorías desplomadas suman unos beneficios de 16.000 millones. “Se les está pidiendo que aporten menos del 0,2% de sus beneficios para compensar de alguna manera a las personas sobre las que se construyen sus beneficios”, recalcó a Reuters Ineke Zeldenrust, coordinadora internacional de la campaña.
El crecimiento del sector textil de Bangladesh, tan veloz como desordenado en los últimos años, se ha frenado este año a su tasa más baja.
Comentaris
muy interesante artículo.
=)