El niño esclavo del hotel
Sobre el trabajo infantil el periodista José Luis Sánchez Achero, escribe este artículo desde la India sobre un niño que trabajaba en su hotel, podéis leer más artículos sobre India en su página.
Viaje a la India: el niño esclavo del hotel Boktoo
Estaba por todas partes. Lo veía en la cocina, llevando tiestos, o en el interior de la casa, bajando una bombona, limpiando el polvo, colocando bien las alfombras, lo veía en el jardín, regando las cuatro matas y arreglando las macetas. A veces se acercaba al salón en el que los dueños de la casa, la familia Boktoo, veían campeonatos de golf en la televisión por satélite: el pequeño entonces se quedaba fascinado con las imágenes, parecía petrificado por el mágico influjo de la pantalla, la montaña de platos que acababa de recoger del mantel pendía peligrosamente de sus bracillos hasta que algún grito le devolvía a la realidad.
Volvía entonces a la cocina, uno de
sus lugares habituales, cabizbajo y taciturno. El cabeza de familia,
Alí, dueño de un antiguo y enorme barco de los tiempos de los ingleses
en el que había montado un hotelito, lo miró con desprecio cuando le
pregunté que quién era ese niño. ‘No es nadie’, respondió molesto,
‘nadie’. Pero eso no podía ser cierto: ese niño ERA alguien, no era un
fantasma incorpóreo porque la bombona que cargaba era corpórea: de hecho
era demasiado corpórea. No podía ser, me decía a mí mismo, pero sí, era
cierto, estaba ahí mismo, en la capital del estado indio de Cachemira,
en Srinagar, me servía el arroz, me traía el pan y se llevaba los platos
sucios.
Sólo en la capital del país, en Nueva
Delhi, hay más de medio millón de niños como este: sirven en casas,
trabajan en fábricas, mendigan por las calles o hacen cosas que no se
corresponden para nada con lo que debe de hacer un niño. Dicen las ONGs
que en todo el mundo pueden ser cerca de 400, cuatrocientos, millones de
niños los que vivan en este estado, lo diré con todas sus palabras: son
esclavos infantiles, niños esclavos. La Confederación Española de
Religiosos (Confer) lo dice de un modo muy claro: ‘puede que los
plátanos que comemos y el café que degustamos estén empapados del sudor
de muchos niños’. Pero no es el caso que me preocupa: el chaval que
arrastra la bombona no se desloma de sol a sol en una plantación de
cacao ni tira machete para arrancar el fruto de las plataneras. Es uno
de los siete millones y medio de menores de 15 años que la Organización Internacional del Trabajo calcula existen en el planeta como empleados domésticos forzados.
En la India dicen las ONGs que saben
de esto que no cuesta mucho tener uno de estos chavales, que por mil
rupias (unos 15 euros) muchos padres están dispuestos a vender a sus
hijos, en parte porque les quitas un problema, en parte porque creen que
los compradores les darán una vida mejor, en parte porque este mundo
está podrido en grado sumo: cada año se suman a la lista del oprobio en
la India nada menos que doscientos mil nuevos niños con mucho trabajo
por delante. Porque el trabajo doméstico no acaba nunca: siempre hay una
sábana sucia, una maceta por regar, una alfombra con polvo o un cuadro
torcido. Es un trabajo sin horarios, sin descanso semanal ni, por
supuesto, salario reconocido.
Y, por supuesto, se trata de un
problema que excede a la India: según UNICEF 346 millones de niños y
niñas son sujeto de explotación infantil y las tres cuartas partes lo
hacen en condiciones de peligro. En Haití pueden ser 250.000 los niños
esclavos, la mayoría de ellos en tareas del hogar o agricultura, en
Camboya el 35% de las prostitutas son niñas menores de 17 años, en
Brasil más de medio millón son esclavos domésticos y en Sudáfrica hasta
dos millones, en Bangladesh hasta trescientos mil y sólo en la capital
del Perú, en Lima, hay unos 150.000. Cifras aproximadas y extraídas tras
arduas investigaciones y aproximaciones porque las verdaderas,
desgraciadamente, no las sabremos nunca. En este terrorífico informe puedes saber algo más de estos millones de dramas.
Rachid es el chófer de los Boktoo, un
joven simpático y lenguaraz. ¿Quién es este muchacho?, le pregunto. ‘Ah,
sí, es de la casa’, responde con franqueza, ‘ayuda, limpia, siempre
está por ahí, lo trajeron los Boktoo para que no estuviera por la calle,
aquí está bien, protegido, alimentado, tiene una casa y un techo bajo
el que refugiarse, está bien, está bien…’. Bueno, me queda claro: el
chaval es un empleado doméstico que corresponde a niño esclavo. ¿Puede
salir? ‘¿A dónde querría ir?’, responde el jovial Rachid. Claro, ¿a
dónde querría ir un niño esclavo?. Por último, le pregunto su nombre:
¿cómo se llama el chaval? Rachid contesta alegre, sin saber la
connotación que el nombre tiene en mi idioma. ‘His name is Mojon’.
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