Un fin de semana en Bangladesh.
Ya sabéis todas que sigo con interés y mucha envidia los blogs de la gente que se va a India o Nepal a vivir con una u otra excusa (o sin ellas). Me sirven para seguir viviendo allí desde aquí (debajo de los pirineos). Consigo pistas, noticias y enlaces para mi blog. A veces hay entradas que merecen la pena de pé a pá, como es el caso. Os traigo el blog de una profesora de castellano para extranjeros que lleva 2 años en India, primero en Bangalore y ahora en Calcuta. Un fin de semana se escapó a la Bengala rural con un alumno (con una incursión en Bangladesh sin pasaporte incluida) y así nos lo cuenta e ilustra con fotos:
Para terminar, el típico regalo de flores y de un libro de Tagore
traducido al ingĺés (ya tengo tres), y salir corriendo a la estación de
tren para volver a Calcuta. Sin duda, un fin de semana interesante.
Hay dos Bengalas
El fin de semana pasado, mi amigo y alumno Subhas (el protagonista de la
obra de teatro de Los viejos no deben enamorarse, que realizamos el
mayo pasado), me invitó a su pueblo cerca de la frontera con Bangladesh.
Quería que animase a sus alumnos a aprender español, que alimentase la
curiosidad de la gente de allí mostrando cómo es España, y quería
enseñarme cómo funcionan las cosas en su pueblo. Un pueblo normal y
corriente de Bengala Occidental, con profundas huellas dejadas por la
partición de Bengala en dos.
Al principio no me hacía demasiada ilusión, la verdad, pero ha sido una
experiencia única e irrepetible. Me seducía el viaje, sí, y ver la casa
de Bibhutibhushon Bandopadhyay, un famoso novelista bengalí, autor de
las novelas en las que se basa la Trilogía de Apu de Satyajit Ray. Y
otra cosa más: conocer la comuna y sede del partido comunista al que
pertenece, el SUCI.
Me levanté a las 7 de la mañana para terminar de preparar mi mochila,
desayunar, y salir a Sealdah para tomar el tren de las 8.50 de la
mañana. Allí me encontré con Subhas y con Ronjit, que también participó
en la obra de teatro (una de las hermanas), un profesor de inglés que
vive en Calcuta pero que trabaja en este mismo pueblo al que íbamos. El
tren, el Bongaon local, está lleno de gente todos los días y a todas
horas, pero en apenas dos horas se pone en la frontera con Bangladesh.
En coche, en cambio, me enteré más tarde, se tarda unas 4 horas.
No iba a quedarme en casa de Subhas, sino de Shakuntala, una alumna suya
y zoóloga, que tenía la ilusión de que me quedase en su casa para
practicar su español, aunque al final acabé practicando yo más bangla
con su familia que ella español conmigo. Vivía en una casa grande, de
dos pisos, jardín y oficina anexa donde su padre trabaja como abogado.
Vive allí con sus padres, su marido, su hija y su suegra. La suegra, una
mujer mayor y viuda, me impactó desde el principio por su energía y su
desenvoltura. No se parecía en nada a las viudas descritas por el libro
de Eating India, que he subido al blog anteriormente: no estaba
dejada de lado en ningún momento, y atraía toda la atención de la
familia. Ilusionada por la visita de una extranjera, quiso invitarme a
ver la casa donde nació, la casa ancestral de su familia, en un pueblo
en Bangladesh, al lado del río Ichamati que hoy en día hace de frontera:
la mitad del río es Bengala Occidental, mientras que la otra mitad es
Bangladesh.
Aunque este era un plan distinto al original, nos dió tiempo primero
(por mi insistencia) a ver la casa de Bibhutibhushon. Fuimos en coche,
porque la familia no tiene pero si tiene un conductor que alquilan con
gran frecuencia; tanta, que Amitabh (el conductor) es casi otro miembro
de la familia. Me hizo gracia que su rostro se parecía muchísimo al de
Ranjit, nuestro conductor de Darjeeling: un poco más mayor y gordito,
pero el mismo rostro y la misma sonrisa, y la misma disposición amable y
charlatana.
La casa del escritor estaba escondida entre bananeros y datileros, a las
afueras del pueblo. Era una casa normalucha que estaban reparando, con
la idea de ampliar y mejorar el museo que contiene. Ahora, es sólo una
habitación llena de fotos, libros, y de las esculturas de madera que el
propio Bibhutibhushon hacía a mano:
Un pequeño Rabindranath Tagore
En la casa museo vivía un guardián, permanentemente, y estas eran todas sus pertenencias.
Ya en el jardín de esta casa, y durante el resto del camino a
Bangladesh, la naturaleza era verde brillante, gruesa y devoraba cada
pedazo de tierra. Los bananeros, los datileros, las palmeras, diferentes
plantas de hojas enormes, cubrían los bordes de las carreteras. Los
árboles eran grandes, con troncos anchos en los que los aldeanos pegaban
bostas de vaca en forma circular y aplanada a secar, para luego usarlas
como combustible. En los campos, crecían la mostaza, el arroz y el
cilantro salía salvaje de cada hueco, aromatizando la región. Había
vacas, ardillas, grullas y niños jugando por todas partes.
Las grullas y la mostaza
La carretera a Bangladesh
En el coche íbamos escuchando Rabindrasangeet (canciones de Tagore) de
fusión, que convertían el paisaje verde y tranquilo en un ensueño. Ojalá
hubiera recorrido el camino en bicicleta para poder pararme en
cualquier momento a sacar fotos. Por desgracia, casi todas las fotos las
he tenido que tomar desde el coche
A los lados de la carretera, tras los bananeros y otras hierbas, surgían
como setas casitas de bambú con techos de hojas de palmera, donde
vivían los aldeanos de aquella tierra de nadie. La frontera se veía a la
distancia, un muro bajito con una reja de metal que dividía una misma
tierra.
Al fondo podeís observar la valla de la frontera
Al llegar a un punto de la carretera, un soldado nos salió al paso:
estábamos dejando India. Shakuntala le dijo que iban al pueblo de sus
ancestros, y el hombre nos dejó pasar con un ligero movimiento de
hombros, sin más trámites. Nunca pensé que sería tan fácil. Al cabo de
unos 500 metros, encontramos otro control: entrábamos en Bangladesh. En
el campamento (con tiendas de campaña de verdad), había unos pocos
soldados, idénticos a los anteriores, que tan sólo pidieron ver los
papeles del coche y sin más nos dejaron pasar. A mí no me preguntaron
nada de nada. Menos mal, porque no llevaba el pasaporte conmigo, y la
fotocopia la había dejado en casa de Shakuntala. No había pensado que
íbamos a ir a Bangladesh.
Poco a poco, nos internamos en una aldea, dejando atrás las casas
aisladas. En esta aldea había alguna que otra tiendecilla, alguna casa
con techo de tejas, y los más afortunados vivían en casas de ladrillo,
pintadas, como siempre, de los colores más extravagantes posibles - rosa
palo, verde limón, amarillo. Había todavía un pandal para Kali Puja, y a
ambos lados de la carretera, bajo los árboles, había aquí y allá
estatuillas de dioses dejados allí tras otras pujas: Kartik Puja, Durga
Puja, algunas estatuas de Shiva, otra de Krishna y Radha...
Dejamos el centro atrás y nos adentramos en un denso bosque de palmeras y
bananeros, vacas atadas y sueltas, gente sentada mirando pasar el
tiempo. Entre las casas de bambú, divisé una estructura de piedra, y
allí paramos: era el templo de terracota, dedicado a Shiva, que
pertenecía a la familia de la suegra de Shakuntala. Estaba dentro de lo
que eran sus tierras, pero nadie se había ocupado de mantenerlo, y
llevaba abandonado muchísimo tiempo, a pesar de ser una belleza de 200
años.
A unos pocos pasos, detrás de unos árboles frondosos, entre la maleza,
estaba la casa. Tan antigua como el templo, de piedra, se había venido
abajo totalmente por la falta de mantenimiento y el último monzón. Hacía
mucho tiempo que nadie vivía allí: la suegra había tenido que huir de
su casa durante la partición de Bengala en lo que hoy es Bengala
Occidental y Bangladesh. El tercer piso se había caído sobre la
estructura el edificio, y hoy solo quedaba parte de la fachada
principal, hasta el segundo piso, y parte de la cocina, además de un
pequeño almacén de bambú que estaba negro, no sé por qué.
Las ruinas y los árboles
A la suegra se le cambió la mirada al ver lo que quedaba de la casa en la que nació.
Justo al lado de la casa estaba el Ichamati, el río que hace de frontera
natural. Entre la casa y el río, unos campos de arroz y calabazas,
llenos de cilantro que crecía como "mala hierba", y que el conductor
Amitabh se dedicó a recolectar para llevar a casa. Como el río estaba
tan cerca, usaban, como en Galicia, algas y conchas como abono para el
campo. Unos pescadores estaban en la orilla, charlando al lado de sus
barquichuelas hechas de troncos de palmera.
Camino de la casa al río, la pescadora que se acerca al río. La mujer
sentada, estaba triste por problemas familiares, meditando.
La pescadora prometió pescar algo para nosotros
Las barquichuelas y el río
Nos quedamos allí un buen rato, en el que no paraban de hablarme y
preguntarme cosas, cuando me habría encantado disfrutar del silencio y
la tranquilidad y sacar fotos sin distracciones. Pero su sentido de la
"hospitalidad" no les permiten dejarme tranquila ni un momento. Supongo
que el concepto de aburrimiento es diferente en India.
Para que estas barquitas no se muevan en el río, las llenan de agua y las achican cada vez que las usan:
Al parecer, en la zona, durante la época de los británicos, éstos habían
tenido cultivos y fábricas de índigo, un tinte azul natural, en las que
explotaban a los bengalíes. Hubo una gran revolución, que acabó con la
muerte de los británicos. Me llevaron hasta el lugar de los hechos (de
los que habla una obra de teatro, Nil Darpan -El Espejo Azul-, de
Dinabandhu Mitra), donde apenas quedan unas cuatro piedras. Ahora allí
hay una tienda que vende arroz y legumbres, que hace un poco de plaza
mayor, donde todos los habitantes de la aldea se reúnen y charlan. La
suegra hablaba con muchos de los más mayores. Me interesó mucho una
mujer mayor, vestida con un camisón y usando la blusa del sari debajo,
una chaquetita de punto y una graciosa capucha de ganchillo que debía
haber hecho ella misma. Con sus gafas de concha y un tronco de bambú de
bastón, charló un poco conmigo, qué de dónde soy y qué hago y tal.
Hablaba mucho, caminaba bastante bien, y se quejaba de que le dolía la
espalda. El conductor le preguntó su edad (algo que yo no me había
atrevido a hacer) y la anciana dijo que 87 años. ¡Menudos 87 años!
Después, cuando ya atardecía, pasamos por casa de una pariente de
Shakuntala, que resultó ser pariente lejana de Subhas también. Una mujer
con muchísimo carácter que se enfadaba porque no entrábamos en su casa a
tomar algo: la familia me estaba poniendo como excusa a mí, que yo
estaba cansada (que lo estaba, porque había dormido muy poco el día
anterior), y se acercó a mí a increparme en un tono agresivo (y en
bengalí), que si me encontraba mal o algo, y yo le dije que no, que
simplemente había cogido un poco de frío. Me dijo, si quieres té, toma,
sino, al menos siéntate en mi casa un rato para charlar. Y yo le dije
que por supuesto, que me apetecía un té. Así se acabó la discusión y
entramos en su casa. Aunque el té era bastante malo, disfruté mucho
escuchando hablar a la familia.
Primero se preguntaron qué tal, qué tal los niños de la familia. La
mayor estaba a punto de terminar bachillerato, y luego iba a buscar
trabajo. Los pequeños bien. Hablaron de los matrimonios entre hindúes y
musulmanes, que eran muy problemáticos y solían acabar en la muerte de
alguno de ellos, normalmente, de la chica que huía de su casa (esto me
hizo pensar en Afreen y Arif, de Assam), y de que hacía un año un hombre
de la Archeological Survey of India había ido a su casa para decirles
que creían que debajo de su casa había restos de un templo y que querían
excavar, y estaban pensando qué hacer, porque su familia siempre había
vivido allí y no querían dejarla. Mientras ellos hablaban, yo les miraba
y miraba, y al final la mujer energética se plantó delante de mí y me
dijo la cosa más graciosa que he escuchado en mi vida: "si tu nos miras a
nosotros, yo también te voy a mirar a ti".
A todo esto, me he olvidado de comentar que cerca del templo de
terracota, antes de irnos de allí, había una casita de madera y tejas,
en cuyo jardín dos hermanitos estaban jugando a hacer figuritas de
barro. Con su timidez infantil, no querían hablar conmigo ni mirarme
cuando les apuntaba con la cámara. Hacía mucho que no veía a nadie jugar
con algo tan natural como el barro. El niño tenía algunos dotes
artísticos: estaba haciendo una manzana casi perfecta con el barro.
Volvimos por la noche ya. En la casa de Shakuntala, después de un café,
llegó un profesor de inglés de la escuela, que había hecho su máster en
Octavio Paz a pesar de no saber español. Deseoso de charlar conmigo, me
preguntaba preguntas superconcretas para las que apenas tenía respuesta,
sobre la literatura, sobre la guerra civil, sobre el reinado musulmán
de España, sobre los Reyes Católicos, sobre el fútbol...poco a poco salí
al paso. Cansada de tantas preguntas todo el día, por fin me dormí un
rato, antes de cenar el mejor kichuri (una especie de rissotto
con verduras y lentejas) casero que he probado en mi vida. Y de ahí, al
día siguiente, con nuevas experiencias que tendré que contar en otra
entrada ;)
Hay dos Bengalas (y aquí está por fin la segunda parte)
El domingo me desperté en Bongaon una hora más tarde de lo debido, pues
había quedado en ir a Habra, el pueblo donde vive Subhas, a las 8 de la
mañana. Después de avisar por teléfono (de hecho, me desperté porque me
llamó Subhas...) y del merecido rapapolvos (qué palabra más curiosa
esta, ¿no?), me encontré con la primera dificultad: ducharme. No es que
no hubiera ducha, que la había, al estilo indio: llenas un cubo de agua,
y con un cacito, te la vas echando por encima. Esto ahorra agua, y no
la ducha. Pero el problema era que el agua tenía mucho hierro, y salía
medio roja. Y helada. Por fin me trajeron un poquitísimo de agua
caliente, para mezclar con la fría y hacerla templada: pero era tan
escasa que me duché con agua fría al final. La cuestión era el pelo:
¿podía lavarme el pelo con semejante agua? Pues no, me dijo Shakuntala,
ella no lo hacía. Me trajeron agua filtrada, de nuevo, demasiado poco
para mi pelo, que ya me ha crecido bastante. Así que al final, usé el
litro de agua que me habían dejado por la noche para beber, y un poco de
agua oxidada, porque no me daba para aclararme el champú. Conclusión:
tengo que cortarme el pelo.
Después de desayunar un delicioso curry de papaya y un par de rotis, por
fin salimos hacia Habra. Al final fuimos en coche, y fue la primera vez
que Shakuntala y yo estábamos a solas. Ella aprovechó para preguntarme
lo que más le interesaba saber de España: ¿cuál era la situación de la
mujer en España? ¿Era un ciudadano de segunda como en India? Me contó
que a pesar de haber estudiado en la universidad Zoología y haber
estudiado un máster en Ciencias Medioambientales, desde que se había
casado y tenido a su hija, no tenía tiempo para nada más: cuidar de su
hija, de su marido, de la casa, de sus padres (su madre había superado
un cáncer hacía apenas unos meses), de su suegra, de sus sobrinos... No
le quedaba nada de tiempo para ella, ni para estudiar ni para trabajar.
Quizá por eso intentaba aprender español: para hacer algo por y para
ella misma, aunque no me dijo esto directamente, tan sólo es mi
hipótesis. Era una mujer de buena familia y de educación, pero no podía
enfrentarse ella misma y sola a su "papel" social y familiar que debía
cumplir. Al español había que añadir su otra actividad (aunque la
comparte con su marido y su hija): pertenecen a una pequeña ONG que
intenta proteger animales que los agricultores, por lo general, matan
por peligrosos para sus cosechas. Lo cierto, es que en su familia y sus
amigas, solo dos trabajaban. Una era su hermana, que realiza una tarea
típicamente femenina: ser profesora de sánscrito en una escuela; y la
otra era su amiga Nandita, que era cantante amateur en eventos. Además
de amas de casa.
Yo le conté que la mujer en España necesita trabajar, porque sino la
familia no puede mantenerse, que en mi familia todas las mujeres habían
trabajado, en diferentes campos, desde limpiando hasta cosiendo pasando
por enseñar y por oficinas. También le conté que hacía 50 años, pues la
mujer en España sufría como ella sufre ahora, quizá más, porque ella ha
podido estudiar hasta un máster (aunque debe ser frustrante tener un
máster y no poder trabajar de ello...ya sea por la crisis económica o
por los obstáculos sociales), y hace 50 años, ¿qué mujer en España tenía
un máster/estudios de posgrado?). En fin, ella me escuchaba con avidez
todo el camino.
Por fin llegamos a Habra, después de recoger a la amiga cantante,
Nandita, y en casa de Subhas nos estaba esperando medio pueblo:
profesores de escuela, dos cantantes, un médico-músico, dos
representantes de dos televisiones locales, y muchos ex estudiantes de
Subhas, que ahora eran desde repartidores de leche hasta profesores. Y
todos los chavales que aprenden con él. Habían preparado un espectáculo
de música, poesía y baile encantador, en el que hubo desde
Rabindrasangeet (no pueden faltar las canciones de Tagore), hasta
canciones de Kavi Nazrul Islam, otro poeta y compositor desgraciadamente
bastante desconocido porque la sombra de Tagore es demasiado larga,
pasando por poemas en inglés, el "We shall overcome" cantado a coro, y
bailes de música tradicional en su versión fusionada por uno de mis
grupos Bangladeshis favoritos, Bangla.
Nandita, la amiga de Shakunatala, tenía una voz maravillosa, sí.
Este cantante, que no es famoso a nivel estatal pero sí en la región, al
parecer estudió canto con otro que sí era famoso, pero cuyo nombre no
recuerdo. Cantaba con auténtico sentimiento.
Una niña monísima que bailó con toda la energía del mundo una de mis canciones favoritas :)
Después de las actuaciones, de fotos, y de dos entrevistas en bengalí
para dos televisiones locales, Subhas me llevó (¡por fin!) a la
oficina-comuna central de su partido, el SUCI (Socialist Union Centre of
India). Más que socialistas son comunistas, en realidad. Viven cuatro
familias más unas cuatro o cinco personas más, todos juntos, en una casa
grande, que por fuera parece bien construida pero que por dentro está
sin pintar, las escaleras algunas todavía son simplemente ladrillos,
faltan tabiques, las sillas y mesas son viejas y algunas están un pelín
rotas...Pero había otra cosa mucho más llamativa que la forma de vivir
comunitaria, en la que todos comparten sus ingresos, su espacio, su
comida y sus cosas, o que el estado de la casa. Veréis, cuando entré, en
el salón principal había un chico joven estudiando. Al parecer era un
estudiante de derecho que llevaba poco tiempo en la casa. A su
alrededor, unos cuantos libros más, pero en las paredes...¡Dios mío, las
paredes! ¡Todo el salón estaba cubierto de estanterías llenas de
libros, catalogados por temas, con puertecillas de cristal para que no
les entrara el polvo! Había libros de ciencia, de sociología, de
matemáticas, de política, clásicos...y en las paredes, arriba, cuadros y
fotos: sí, Marx, Lenin, Stalin, algunos líderes indios, y...el cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo.
Shakuntala pregunto inocentemente si esa mujer era Juana de Arco, a lo
que el joven estudiante replicó enseguida y apasionadamente con un "no".
"Esta es la Libertad guiando al pueblo, de Delacroix, un pintor
francés. Representa a la Libertad guiando a la humanidad para el
futuro". A lo que yo añadí que era de la época de la Revolución
Francesa. Al decir eso, el chico inmediatamente sonrío y creo que le caí
bien sólo por eso.
Pero mi sorpresa ante su conocimiento (y pasión) por el cuadro de
Delacroix la menciono porque: uno, Shakuntala no sabía nada del tema, y
parecía que Subhas tampoco; dos, no creía ni creo que los indios sepan
mucho ni de historia europea ni de arte europeo, porque suficiente
tienen con estudiar lo suyo, que no es poco; y tres, porque cuando se lo
comenté a Charline al volver ella me dijo que hacía una semana que
había enseñado ese cuadro en clase a sus estudiantes de segundo (y
último año) de máster, y ninguno lo conocía....después de cinco años de
estudiar francés, cultura, literatura e historia francesa, en la afamada
Universidad de Calcuta. Pero en Bongaon, un sencillo estudiante de
Derecho que vive en una comuna, lo conoce. Olé.
Por fin subimos, por unas estrechas escaleras, para conocer al jefe del
partido en la región, Shankar Ghosh. En la habitación donde dormía y
trabajaba, solo habia una mesa y una silla, un banco, un armario, una
larga estantería con puertas de cristal cubriendo la mitad de las
paredes, también llena de libros hasta arriba, una cama, y un ordenador
en otra mesilla, cubierto por una sábana para que no cogiera polvo.
Cuando llegamos, estaba corrigiendo alguno de sus escritos en bengalí,
con un bolígrafo de tinta roja. Llevaba una camisa blanca y un lungi
(una especie de toalla larga con diseño a cuadros, un traje tradicional)
azul atado a la cintura. En su mesa, más y más libros, y un enorme
diccionario de Bengalí-Inglés. Era un hombre moreno, con el pelo que
empezaba a ponerse canoso, de unos cincuenta años. Su mirada era muy
tranquila: sus ojos castaños, claros para ser indio, caían un poco a los
lados, dándole un aspecto un poco tristón. Su sonrisa era sencilla y,
no sé qué otra palabra podría usar, yo diría "acogedora".
El Sr. Ghosh me preguntó cosas generales sobre mí y mi opinión del
pueblo, de Calcuta y de India, hablamos del significado real de
democracia (en sus palabras: "democracia es que nadie pase hambre", lo
cual es una interesante definición, pero creo que hay algo más que no
pasar hambre para tener democracia....), hablamos de Corea del Norte (al
parecer dos enviados de Corea del Norte, uno de ellos médicos, habían
venido hace poco al pueblo, habían charlado e intercambiado información,
porque ya se sabe que los obreros del mundo están todos unidos, la
nacionalidad no importa. Y el médico hasta había tratado a alguno de los
miembros del partido. Cosa que no entiendo, porque no es que no haya
médicos en India), hablamos de Estados Unidos y de su imperialismo, me
preguntó por Franco, por la situación de España entonces y ahora, cómo
iba el movimiento obrero allí, por ETA... Yo le pregunté por su vida:
llevaba 37 años viviendo en esa comuna, nada era de su propiedad, todas
sus cosas las donó al partido en su momento, y viven de donaciones y
ayudas de miembros del partido que entregan algo (o todo, si viven en la
comuna) de lo que ganan. Todo el dinero que entra lo usan para vivir,
financiar los estudios de los que viven en las diferentes comunas, y
para los eventos y publicaciones del partido. Pero normalmente funcionan
como una red cooperativa en la que si tienen que preparar una
conferencia, o un mitin, pues alguien les presta el lugar, otro los
altavoces, etc, de modo que tampoco es que haga falta mucho dinero. A
las afueras del pueblo hay una gran comuna en la que viven unas 300
personas, con granja y campos, donde todos colaboran para que funcione:
un experimento de organización comunista en la que todos los miembros
del partido están obligados a vivir y trabajar cada cierto tiempo, a no
ser que algo se lo impida (como una enfermedad o así). Han montado
escuelitas o centros de enseñanza (como hace Subhas, que junto a otras
personas enseña a los niños que viven al lado de las vías del tren, que
por lo que he visto siempre en India, son de los más pobres que hay).
Cualquier persona es bienvenida a la comuna mientras tenga una actitud
positiva y unos buenos hábitos.
Mientras charlábamos, nos ofrecieron té y dulces (al parecer los sandesh
de Bongaon son muy famosos), y el Sr. Ghosh me regaló tres libros: uno
sobre Stalin, en inglés, y dos en bangla, uno sobre Master da Suryo Sen,
un luchador por la independencia de India, y otro, el que me parece más
interesante, sobre Pritilata Waddader, que resulta que es la primera
mujer que luchó por la independencia, llegando a sacrificar su vida por
la causa, y de la que nadie ha oído hablar jamás en Occidente (sólo
conocemos a Gandhi y a Nehru, pero hay mucha gente metida en esto de la
Independencial. Claro que no hay una película de Attenborough llamada
"Pritilata" o "Netaji"...). Ahora solo me queda aprender el bangla
suficiente para poder leerlo... De momento, sigo con los libros
infantiles.
Al final de esta charla, en la que me hubiera gustado preguntar más
cosas, y en la que el jefe también se quedó con ganas de más
información, me hizo prometer que volvería a Bongaon para hablar de
nuevo, y en especial, para dar una pequeña charla sobre los problemas
del desempleo en España (el desempleo, en todas partes del mundo, es
algo que le preocupa mucho), y sobre los movimientos de protesta
actuales. Así que chicos, en febrero, ¡habrá otra entrada sobre Bongaon!
Tras esta charla y té, por fin tocaba otra de las cosas que vine a hacer
a Bongaon: dar una charla general sobre España. En una pequeña academia
en el centro del pueblo, Subhas, el hombre que hizo su doctorado sobre
Octavio Paz, y el dueño de la academia, habían preparado un aula para
las circunstancias.
Con la foto de Lorca y un mapa de España que me vino de maravilla para la charla.
Como me habían pedido que trajera fotos y videos y música, había pedido
un proyector, pero cómo instalar el proyector...nadie sabía. Menos mal
que Shakuntala tenía un ordenador portátil. Como en todas las charlas,
conferencias y programas culturales aquí, empezaron con música y poemas:
un poema de Borges, de Octavia Paz, y otro de León Felipe (en español y
bengalí los tres), y la canción We shall overcome, que es el super hit
de Bongaon. El poema de León Felipe, que leyó Shakuntala, hablaba de
"hay dos Españas", así como hay dos Bengalas: de ahí el título de estas
entradas. Después Subhas me presentó, en bengalí, y por fin empecé yo,
un poco en español y después todo en inglés. ¿Dónde está España? ¿De
dónde vengo yo? ¿Cómo es el español? ¿Por qué se habla español en
Latinoamérica? ¿Cómo es España? Fotos, vídeos actuales y música
acompañaron la charla (les encantó Jorge Drexler y la Muiñeira de la
Chantada), y por fin una ronda de preguntas, que fueron desde el clima
en España, hasta los parecidos y diferencias entre el español y el
inglés, pasando por la situación de los transexuales en España (una
pregunta que no imaginaba en absoluto que me fueran a preguntar) y los
efectos de la globalización en España. Increíble el interés que tienen
en este pueblo pegadito a Bangladesh.
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