El problema del agua en el sur de Asia

Este artículo es del 11 de febrero de 2013 escrito por Ana Mangas, la foto es de  mammarazzi este agosto de 2012 en Puri (Orissa, India):

¿Es inevitable el conflicto? Existen serios riesgos, pero también oportunidades para la cooperación regional. Aunque, tic-tac, el tiempo corre en contra.
Los pronósticos no pintan halagüeños. Los astros demográficos, económicos y medioambientales  parecen mostrarse a favor de futuros conflictos derivados de la escasez de agua en el Sur de Asia. Los datos advierten que la población de la región superará los 2.200 millones de personas en 2025, que unido a una rápida urbanización, una fuerte dependencia del sector agrícola y los efectos del cambio climático –que ya han hecho acto de presencia con glaciares que se derriten y modificaciones en los patrones de lluvia–, auguran un fuerte desequilibrio de la oferta y la demanda de agua en esta zona del mundo.

La región no se caracteriza tampoco por gozar de una plácida vecindad. India y Pakistán mantienen unas relaciones complejas y poco cordiales, así como disputas territoriales no resueltas, por no decir crónicas, léase Cachemira. Sin embargo, entre uno de los éxitos diplomáticos en las relaciones indio-paquistaníes –más bien escasos– se encuentra el Tratado del río Indus. A pesar de las tensiones políticas, relacionadas con proyectos concretos y por la angustia pakistaní a que Nueva Delhi utilice el agua del Indus  –que nace en territorio indio– como arma política, el acuerdo ha sobrevivido durante más de 50 años, con guerras por Cachemira y una enfermiza desconfianza entre ambos países de por medio. ¿Podrían cambiar las cosas en el futuro, cuando la falta de agua ahogue a unas poblaciones tan dependientes de la agricultura? Las tensiones parecen casi aseguradas, la incógnita está en si podrán ser resueltas en el marco legal actual y de manera pacífica. Los riesgos son innegables, sobre todo en la inestable Cachemira, que alberga el nacimiento de los afluentes occidentales del Indus. Aunque no parece probable que el agua sea la única causa que desencadene por sí sola una guerra, podría unirse a otros factores –que no faltan–, añadiendo estrés al volátil territorio.

Otros pequeños países de la región también tienen lo suyo. Bangladesh es un habitual en los rankings de los Estados más vulnerables al cambio climático. La escasez de agua, la alternancia de periodos de inundaciones y sequía y otros problemas medioambientales se presentan como sus principales caballos de batalla. Naciones como Sri Lanka o Nepal no se encuentran frente a una escasez de agua inminente, pero su gran reto está en desarrollar la capacidad necesaria para almacenarla, mejorar sus sistemas de riego y asegurar un acceso igualitario. El principal riesgo se esconde en que las comunidades más vulnerables, al verse perjudicadas por un posible abastecimiento de agua discriminatorio, pudieran expresar su descontento de forma violenta: desde disturbios y protestas sociales hasta insurgencias que abanderen la cuestión de la escasez para conseguir adeptos y justificar el uso de la violencia. Estos escenarios no deben ser subestimados en unos países con instituciones débiles, grandes niveles de desigualdad y un significativo historial de movimientos insurgentes.

Y por si no tuviera bastante, Afganistán podría unirse también al club de los sedientos. Los grandes glaciares de las montañas del Indu Kush, de donde procede el 80% del agua que riegan las tierras afganas, están sufriendo un retroceso debido al incremento global de las temperaturas, generando temores de una severa escasez de agua en la zona. Sin embargo, no toda la culpa es del cambio climático. En realidad, uno de sus mayores problemas es la terrible gestión de los recursos hídricos: Afganistán tiene el dudoso honor de ser el país con peor capacidad de almacenaje de agua de la región y de estar entre los peores del mundo. Pero no todos salen perdiendo de este desastre: Pakistán, Irán y Turkmenistán, principalmente, se benefician de que su vecino pierda dos de las terceras partes del agua de sus ríos. Mientras Kabul no ha construido presas ni infraestructuras debido a décadas de guerra, Pakistán e Irán no han perdido el tiempo, llevando a cabo proyectos que dependen en su totalidad del flujo de agua que atraviesa el territorio afgano. Algunos expertos apuntan que una futura política del agua en Afganistán, basada en el desarrollo de presas y proyectos hidroeléctricos, podría activar las tensiones con Islamabad y Teherán. La escasez de este recurso supone para el Estado afgano un gran desafío en términos de seguridad alimentaria, enfermedades y desplazados. Una adecuada política en este campo sería esencial para el porvenir y la estabilidad a largo plazo del país. Eso sí, una gran inversión económica y negociaciones a escala regional serían dos requisitos indispensables.



Guerra versus colaboración

El Sur de Asia ha sufrido 17 episodios de disputas relacionadas con el agua desde 1947. Dos de ellos se produjeron entre India y Pakistán e India y Bangladesh, que fueron resueltos por vía diplomática, dando origen a tratados. El resto de ellos se desarrollaron en un contexto violento, en forma de disturbios, revueltas y actos terroristas. Estos antecedentes hacen pensar que es más probable que las tensiones futuras desencadenen conflictos intraestatales, más que entre países, derivando en insurgencias o rebeliones internas.

La escasez de agua puede significar no solo un declive en la agricultura y la economía, sino también tensiones sociales y la erosión de la legitimidad de los gobiernos, que se encontrarán con el reto de abastecer de agua a sus poblaciones de un modo eficiente y justo. La cooperación regional se presenta como la mejor medicina, pero no está exenta de numerosos obstáculos a día de hoy: una gran desconfianza, miedo al uso de este recurso como arma política y discursos oficiales centrados en intereses nacionales más que en preocupaciones regionales comunes, entre otros. ¿Significa esto que el conflicto está servido? Si dejamos de lado la teoría de juego de suma cero –existe una cantidad limitada de recursos y la competición es inevitable, unos ganan y otros pierden–, quizá no sea una locura buscar espacios para la colaboración.

El intercambio de información sobre los ríos y las investigaciones medioambientales entre los países de la zona podría ser un buen comienzo. Una mayor participación de la sociedad civil en el debate sobre la administración del agua y otros problemas ecológicos resultaría clave: los gobiernos podrían sentirse presionados a ofrecer información transparente y a invertir más en una buena gestión del agua. No debemos desechar la posibilidad de que el desafío de la temida escasez pueda derivar en esferas de cooperación, en  innovación socioeconómica y en una gobernanza más representativa y dispuesta a rendir cuentas, como señala el académico Philippe Le Billón. Las suspicacias regionales y la aún inmadura sociedad civil en temas medioambientales permanecen como hándicaps.

Los riesgos existen, los desafíos parecen abrumadores, pero si evitamos caer en un determinismo ecológico o en la idea de que el conflicto es inexorable, podrían hallarse  oportunidades para la mejora en la gestión hídrica en el Sur de Asia. Un desarrollo sostenible y una buena gobernanza de los recursos no podrán estar basados solo en la buena voluntad, sino en políticas sólidas que tengan en cuenta factores ecológicos y económicos, así como sociales y culturales. Por el momento, uno de los grandes enemigos de la región es el tiempo, que se agota.

Comentaris

Siempre son más afectados los que menos tienen!...el agua, algo tan elemental como imprescindible!Sin ella nada puede levantarse, ni asentamientos, ni sistemas sanitario, ni sociedad, ni países.
Buen artículo.
Un abrazo