En tren de Delhi a Jaipur.
Un viaje más plácido que los anteriores que os presenté, en un tren rápido, de Delhi a Jaipur. Sele, que ha viajado por medio mundo, hizo un corto viaje a India a 2009 y así lo vivió:
Camino que seguí del Hotel Ajanta a la Estación de Nueva Delhi
El olor también llamaba la atención y no precisamente por ofrecer un
aroma perfumado. Era como una mezcla explosiva de humo de tubo de
escape, sudor, orín y basura. La primera vez que se huele se nota
bastante aunque con el tiempo el olfato se va acostumbrando a un hedor
demasiado palpable en las ciudades indias.
Entre un tumulto que me observaba con recelo pero con respeto entré a la vieja Estación de Nueva Delhi, sorteando a quienes yacían en el suelo junto a gran cantidad de equipaje mientras esperaban noticias de su tren que iba con un retraso de varias horas, algo muy normal por otra parte. En un gran panel luminoso comprobé que al menos el mío iba a salir a la hora prevista, las seis de la mañana, por lo que me fui al andén correspondiente.
Mi mirada se detuvo ante un convoy a punto de salir, compuesto por todas y cada una de las clases que comenté en el capítulo introductorio. En los Vagones Sleeper Class y sobre todo en la 2ª clase sin aire acondicionado había plena ocupación, superando muy mucho la capacidad de asientos que disponía el tren. Algunas de las ventanas no llevaban cristal aunque no les faltaban sus característicos barrotes.
La gente que se subía a dicho tren comprobaba que el asiento que aparecía en su billete se correspondía con la asignación definitiva de los paneles encabezados con el letrero “Reservation Chart” o de las mismas puertas de cada vagón, sobre las cuales había colgadas hojas con los nombres de todos y cada uno de los pasajeros. Este es un proceso que se ha de seguir para asegurarse del lugar que ha tocado por si ha habido cambios de última hora.
Yo me busqué en el panel de reservas de mi andén y ahí estaba mi
nombre junto a la información de vagón y asiento, que era la misma que
aparecía en el billete impreso de internet días atrás. El Vagón A1, de
primera clase con aire acondicionado, sería mi lugar de esparcimiento
durante algo más de cuatro horas.
Los encargados del vagón nos dieron tanto una botella de agua como algo de desayunar. Digamos que nos tenían bastante atendidos, aunque yo, que soy bastante culo inquieto, desaparecía en cuanto podía para moverme por el tren.
También aprovechaba las paradas que iba haciendo en cada estación o apeadero para observar e inmortalizar lugares, momentos y, sobre todo, a la gente.
Las mujeres con saris totalmente distintos los unos a los otros, de colores, con figuras, con estampados o planos pero brillantes son verdaderamente las que añaden al entorno un sinfín de tonalidades allá donde estén.
Y Jaipur, la capital del mismo, posee suntuosos Palacios, imponentes Fortalezas, cenotafios reales, un sinfín de templos hinduistas además de extensos bazares o el cine más grande de toda la India, razones por las que suele entrar siempre en los itinerarios de aquellos viajeros que deseen internarse al Rajasthán, y más los que lo hacen por primera vez. Es un importantísimo nudo de comunicaciones que le hace estar relativamente próxima a Delhi (por aire, carretera y ferrocarril) y servir de enlace a otros destinos en el propio Estado. Para quienes como en mi caso vayan con el tiempo justo, Jaipur no puede escapársele de sus planes. Un par de días son suficientes para darle un buen repaso y continuar hacia otro lugar. Y qué mejor que hacerlo en tren…
Suena en la megafonía una voz de mujer hablando en inglés. Miro a mi compañero de butaca. “Parece que hemos llegado ya” me dice. Así era. Pasadas las diez y media de la mañana, algunos minutos más tarde de la hora prevista, Jaipur estaba lista para descubrirse como mi “primera ciudad india”. Un agobiante calor seco me recibió a la salida de la Estación junto a un conductor del hotel que tenía reservado, el Umaid Mahal, quien sostenía un papelito mientras esperaba que alguien se le acercara pronunciando las palabras mágicas “It´s me”. Me despedí del indio grandullón que me había acompañado en este trayecto y tras desearnos lo mejor en nuestros respectivos viajes, nos subimos cada uno a un coche para dirigirnos al hotel.
Desde la Estación hasta el Umaid Mahal hay apenas siete minutos de camino en medio del caos de tráfico. No eran muchos pero sí necesarios para que el conductor tratara de venderme tours por Jaipur, por India y por la Conchinchina si era necesario. Su empeño era no hacer ese trayecto en balde y conseguir que le contratara el transporte y el alojamiento para todos los días que duraba mi viaje. Incluso intentó meterme miedo diciendo que los Rickshaws eran muy peligrosos y que podían estafarme y llevarme a lugares para nada deseables. Pero el hombre había dado con una roca muy dura y no logró venderme ni una tacita de té. Le dije que a mí me gustaba moverme a mis anchas, razones para él no del todo válidas, por lo que para terminar la conversación le tuve que confesar que había quedado con amigos y que ellos ya lo tenían todo preparado. Serio y desconfiado no tuvo más remedio que no decir nada más al respecto y darme su tarjeta por si acaso cambiaba de opinión.
Llegamos al Umaid Mahal, un palacio de más de cien años de antigüedad Patrimonio Nacional, cuya función actual es la de servir de Hotel. La fachada es hermosísima, ornamentada con delicados azulejos.
Una finamente tallada puerta dorada con motivos hindúes sirve de acceso a un vestíbulo pequeño y elegante. Después de hacer el check-in en recepción y esperar que me prepararan la habitación me percaté de que muchos de sus trabajadores eran menores de edad. Esta es una lamentable realidad en la India donde los derechos del menor se quebrantan día a día.
Nada más salir por la puerta del hotel se detuvo un Rickshaw ofreciéndome un tour de varias horas. Yo le dije que tan sólo quería que me dejara a las puertas del Hawa Mahal (Palacio del Viento) en el corazón del casco histórico, al que los indios llaman Pink City (Ciudad rosa). Pero el conductor al parecer buscaba algo más duradero que un simple trayecto de diez o quince minutos y prefirió no llevarme y esperar otros clientes que sí aceptaran sus condiciones. No fue el primero que lo hizo, ni el segundo, así que al final no tuve más remedio que recurrir a un taxi proporcionado por el hotel que no quiso bajar de las 200 rupias. O eso o pelearme a regatear con otros tuk tuk a casi cuarenta grados de temperatura. Preferí invertir el máximo tiempo posible en visitar la ciudad a pie. Y es que para recorrer los puntos principales del núcleo histórico de Jaipur no es necesario el transporte, sino caminar. Para otros lugares más alejados si tenía que hacer uso ya sea de autorickshaws, ciclorickshaws o camellos si era necesario.
De camino al destino contratado (Hawa Mahal), en medio de un caos de tráfico exagerado, el taxista en un inglés un tanto confuso, quiso refrescarme muchos de los datos que ya conocía de la historia de Jaipur, y que son importantes para comprender, entre otras cosas, por qué se le llama la Ciudad Rosa o qué conserva del esplendor rajput de siglos atrás. A bocinazos, acelerones, frenazos y esquivando de todo menos vehículos normales, el hombre parecía estar bien enterado de los vericuetos más antiguos de su ciudad.
10 DE ABRIL: JAIPUR, LA VIDA EN ROSA
Nueva Delhi aún estaba oscura cuando desperté con el tiempo suficiente para vestirme, echar la mochila a la espalda y marcharme rápidamente a la Estación de trenes. De camino a tomar mi primer tren indio me topé con dos de las realidades más absolutas de este país, una curiosa y otra desagradable. La curiosa es que a las cinco de la mañana las calles están repletas, plenamente activas. La desagradable es que no necesité más que dar dos pasos desde la puerta del hotel para comprobar que mucha de esa gente que estaba en la calle tan temprano eran pobres que habían pasado la noche allí, que no tenían cuatro paredes para refugiarse, que no tenían más hogar que las sucísimas aceras.Entre un tumulto que me observaba con recelo pero con respeto entré a la vieja Estación de Nueva Delhi, sorteando a quienes yacían en el suelo junto a gran cantidad de equipaje mientras esperaban noticias de su tren que iba con un retraso de varias horas, algo muy normal por otra parte. En un gran panel luminoso comprobé que al menos el mío iba a salir a la hora prevista, las seis de la mañana, por lo que me fui al andén correspondiente.
Mi mirada se detuvo ante un convoy a punto de salir, compuesto por todas y cada una de las clases que comenté en el capítulo introductorio. En los Vagones Sleeper Class y sobre todo en la 2ª clase sin aire acondicionado había plena ocupación, superando muy mucho la capacidad de asientos que disponía el tren. Algunas de las ventanas no llevaban cristal aunque no les faltaban sus característicos barrotes.
La gente que se subía a dicho tren comprobaba que el asiento que aparecía en su billete se correspondía con la asignación definitiva de los paneles encabezados con el letrero “Reservation Chart” o de las mismas puertas de cada vagón, sobre las cuales había colgadas hojas con los nombres de todos y cada uno de los pasajeros. Este es un proceso que se ha de seguir para asegurarse del lugar que ha tocado por si ha habido cambios de última hora.
El tren llegó diez minutos antes para dar
tiempo a subir a todo el pasaje y así salir con estricta puntualidad a
las 6:00. Mi asiento, que era de ventanilla, lo cedí a una parejita
india que me pidieron cambiarlo para así poder ir ellos juntos. En
realidad no me quedó más remedio porque lo que quería era situarme junto
a la ventana para así entretenerme con el paisaje y poder tomar fotos.
Pero cuando alguien te pide ese tipo de cosas hay que ser ante todo
educado porque además alguna vez tú puedes necesitar que te hagan el
favor.
A mi lado se sentó un chaval bastante
simpático de al menos dos metros de altura con el que estuve hablando
durante gran parte del viaje. Era un londinense de origen indio que
estaba recorriendo el país de sus padres por su cuenta, en plan
mochilero. Precisamente la capital inglesa es una de las ciudades del
mundo con más residentes que proceden de la India. Ciudadanos ingleses
de pleno derecho pero que aún siguen manteniendo su cultura y sus
costumbres varias generaciones después.
Los encargados del vagón nos dieron tanto una botella de agua como algo de desayunar. Digamos que nos tenían bastante atendidos, aunque yo, que soy bastante culo inquieto, desaparecía en cuanto podía para moverme por el tren.
También aprovechaba las paradas que iba haciendo en cada estación o apeadero para observar e inmortalizar lugares, momentos y, sobre todo, a la gente.
Las mujeres con saris totalmente distintos los unos a los otros, de colores, con figuras, con estampados o planos pero brillantes son verdaderamente las que añaden al entorno un sinfín de tonalidades allá donde estén.
No llevaba ni ocho horas en la India y todo
me parecía diferente, todo llamaba a mi atención. Y ni siquiera había
llegado a Jaipur, la capital de uno de los Estados con más personalidad,
carácter e historia del país, el Rajasthán, del que me había empapado
en libros, revistas y documentales. Su propio nombre quiere decir
“Tierra o Estado de los Rajputs”, haciendo referencia a esta clase o
casta de guerreros que autoproclamándose “Hijos de reyes” manejaron
durante siglos los designios de dichos reinos. Soportando las acometidas
mogoles (musulmanes procedentes de Mongolia) en las que peligró su
poder tuvieron finalmente que doblegarse ante las exigencias británicas
durante el Siglo XIX para sobrevivir. De ahí que numerosos reinos se
unieran para formar un Estado dentro de una India independiente desde
1947. Aunque los Maharajás rajputs (Linaje de Reyes/Gobernantes) siguen
existiendo y disfrutando de grandes privilegios y riquezas, su poder ha
descendido para acercarse al menos un palmo a la realidad de los nuevos
tiempos. Su papel es honorófico pero siguen siendo respetados como parte
de la herencia que trajo la Historia al Rajasthán, uno de los Estados
más visitados de la India por la conservación de grandes y valiosos
Fuertes y Palacios.
Para hacernos una idea de las dimensiones e importancia del Rajasthán simplemente habría que compararlo en extensión
a un país como Polonia pero con cerca de 60 millones de habitantes. Por
eso muchas veces cuando se viaja a India es como decir que se viaja a
Europa por diez, quince o veinte días. Realmente una minucia para la
cantidad de lugares que tiene para ofrecer. Pushkar, Jaisalmer, Jodhpur,
Udaipur, Bikaner, la propia Jaipur, son quizás los destinos más
conocidos de una tierra que cuenta con uno de los desiertos más duros
del Planeta como es el de Thar, o con Parques Naturales como Ranthambore
donde aún quedan tigres habitando sus bosques. Y es que realmente
Rajasthán de por sí merece un viaje por sí solo. Nunca faltarán motivos
para regresar.Y Jaipur, la capital del mismo, posee suntuosos Palacios, imponentes Fortalezas, cenotafios reales, un sinfín de templos hinduistas además de extensos bazares o el cine más grande de toda la India, razones por las que suele entrar siempre en los itinerarios de aquellos viajeros que deseen internarse al Rajasthán, y más los que lo hacen por primera vez. Es un importantísimo nudo de comunicaciones que le hace estar relativamente próxima a Delhi (por aire, carretera y ferrocarril) y servir de enlace a otros destinos en el propio Estado. Para quienes como en mi caso vayan con el tiempo justo, Jaipur no puede escapársele de sus planes. Un par de días son suficientes para darle un buen repaso y continuar hacia otro lugar. Y qué mejor que hacerlo en tren…
Suena en la megafonía una voz de mujer hablando en inglés. Miro a mi compañero de butaca. “Parece que hemos llegado ya” me dice. Así era. Pasadas las diez y media de la mañana, algunos minutos más tarde de la hora prevista, Jaipur estaba lista para descubrirse como mi “primera ciudad india”. Un agobiante calor seco me recibió a la salida de la Estación junto a un conductor del hotel que tenía reservado, el Umaid Mahal, quien sostenía un papelito mientras esperaba que alguien se le acercara pronunciando las palabras mágicas “It´s me”. Me despedí del indio grandullón que me había acompañado en este trayecto y tras desearnos lo mejor en nuestros respectivos viajes, nos subimos cada uno a un coche para dirigirnos al hotel.
Desde la Estación hasta el Umaid Mahal hay apenas siete minutos de camino en medio del caos de tráfico. No eran muchos pero sí necesarios para que el conductor tratara de venderme tours por Jaipur, por India y por la Conchinchina si era necesario. Su empeño era no hacer ese trayecto en balde y conseguir que le contratara el transporte y el alojamiento para todos los días que duraba mi viaje. Incluso intentó meterme miedo diciendo que los Rickshaws eran muy peligrosos y que podían estafarme y llevarme a lugares para nada deseables. Pero el hombre había dado con una roca muy dura y no logró venderme ni una tacita de té. Le dije que a mí me gustaba moverme a mis anchas, razones para él no del todo válidas, por lo que para terminar la conversación le tuve que confesar que había quedado con amigos y que ellos ya lo tenían todo preparado. Serio y desconfiado no tuvo más remedio que no decir nada más al respecto y darme su tarjeta por si acaso cambiaba de opinión.
Llegamos al Umaid Mahal, un palacio de más de cien años de antigüedad Patrimonio Nacional, cuya función actual es la de servir de Hotel. La fachada es hermosísima, ornamentada con delicados azulejos.
Una finamente tallada puerta dorada con motivos hindúes sirve de acceso a un vestíbulo pequeño y elegante. Después de hacer el check-in en recepción y esperar que me prepararan la habitación me percaté de que muchos de sus trabajadores eran menores de edad. Esta es una lamentable realidad en la India donde los derechos del menor se quebrantan día a día.
La habitación era espectacular, decorada
con muy buen gusto y absolutamente limpia, muy a tono con todo el hotel.
1800 rupias en un alojamiento en la India es un precio muy superior a
mejores gangas que se pueden encontrar, pero una doble de esas
características a 14€/persona (yo pagaba lo de dos personas al ir solo)
no me parece algo desmedido. Y más cuando en las dos noches siguientes
mi cama iba a ser una litera dura de tren.
Dediqué apenas unos minutos a preparar la mochila pequeña para que no
faltara una botella de agua, alguna de las guías de la India que
disponía (Guía Visual del País Aguilar para temas “teóricos” como
Historia o Arquitectura de los lugares a visitar, y Lonely Planet para
información de mayor índole práctica), un mapa de bolsillo que había
conseguido en el hotel, gorra para que el calor no me derritiera el
cerebro e incluso crema solar porque a mediodía la cosa ardía en Jaipur.
Preparados, listos…vámonos!!Nada más salir por la puerta del hotel se detuvo un Rickshaw ofreciéndome un tour de varias horas. Yo le dije que tan sólo quería que me dejara a las puertas del Hawa Mahal (Palacio del Viento) en el corazón del casco histórico, al que los indios llaman Pink City (Ciudad rosa). Pero el conductor al parecer buscaba algo más duradero que un simple trayecto de diez o quince minutos y prefirió no llevarme y esperar otros clientes que sí aceptaran sus condiciones. No fue el primero que lo hizo, ni el segundo, así que al final no tuve más remedio que recurrir a un taxi proporcionado por el hotel que no quiso bajar de las 200 rupias. O eso o pelearme a regatear con otros tuk tuk a casi cuarenta grados de temperatura. Preferí invertir el máximo tiempo posible en visitar la ciudad a pie. Y es que para recorrer los puntos principales del núcleo histórico de Jaipur no es necesario el transporte, sino caminar. Para otros lugares más alejados si tenía que hacer uso ya sea de autorickshaws, ciclorickshaws o camellos si era necesario.
De camino al destino contratado (Hawa Mahal), en medio de un caos de tráfico exagerado, el taxista en un inglés un tanto confuso, quiso refrescarme muchos de los datos que ya conocía de la historia de Jaipur, y que son importantes para comprender, entre otras cosas, por qué se le llama la Ciudad Rosa o qué conserva del esplendor rajput de siglos atrás. A bocinazos, acelerones, frenazos y esquivando de todo menos vehículos normales, el hombre parecía estar bien enterado de los vericuetos más antiguos de su ciudad.
Comentaris
Lástima las fotos algo pequeñas. Los detalles de ese viejo palacio-hotel deben ser magníficos!
un besito.