India-occidente, mestizaje religioso e iluminación

Las primeras veces que una ve, de pequeña, a un grupo de Hare Krishna cantando por las calles de Madrid, le parecen unos marcianos, no entiende nada. Y si preguntas la gente te dice que "son unos perdidos que han sido absorbidos por una secta, que no tienen voluntad y que les han lavado el cerebro y convencido para que le den todo su dinero al grupo. Aunque parezcan inofensivos son peligrosos abductores de mentes despistadas". Su cultura se desconoce y no interesa salvo para reírse de sus ropas y conductas extrañas. Se convierten en un cliché y no se le da más vueltas al tema.

Nací en una familia religiosa y por eso intento respetarlas, pero un día se me cayó el sentimiento religioso, se me escurrió por su propio peso, por su inutilidad, por sus incongruencias. Y desde entonces soy mejor persona y un ser humano más libre... En 1993 conocí una familia hinduista, eran colombianos y vivían en los andes venezolanos. Cada miembro de la familia tenía su propia minicasa con un patio central, lleno de exóticas plantas, de piedras lunares. Conseguían dinero de hacer recuerdos turísticos que les encargaban las tiendas de souvenirs que venden cosas imposibles a viajantes aburridos pero adinerados... Lo que más me impresionó es que los hijos no habían probado en su vida la carne (ni el pescado, ni los huevos y de la leche sólo el suero -no sé porqué) y que aún así eran fuertes como Sansón. Por las estancias había algún póster de dioses indios pero nunca salió el tema, teníamos muchas otras cosas que explorar por la zona.

Una vez en India he intentado entender el hinduismo por entender a las personas con que trato, pero si me cuesta creer en un dios, me resulta imposible creer en millones de ellos reencarnados en seres humanos y en milagros absurdos y en la reencarnación de las almas y aunque el hinduismo es el sostén de la sociedad me inquieta su pasividad ante la desigualdad y la injusticia que propone como forma de funcionar en comunidad.

En 2005 conocí a una chica búlgara que no sólo se había convertido al hinduismo. Se había casado con un chico hindú y un sacerdote le había hecho una ceremonia de inmersión en el hinduismo por el que le había concedido la casta de brahmana cargándose el pilar del hinduismo que es una religión a la que se accede `por nacimiento no por conversión. De hecho no entienden que una persona cambie de religión y por eso llevan tan mal los cristianos conversos en Orissa y otras zonas donde puntualmente los han perseguido y matado. En cambio en Calcuta, Goa o Kerala como son descendientes de cristianos originales están más aceptados. Y por lo menos en Kerala se han hinduizado (los cristianos) porque a parte de formar una casta en sí, tienen subcastas y ciertas costumbres hindúes.

Ese 2005 estuve en la peregrinación Rath Yatra en Puri dentro de una muchedumbre de un millón de personas, emocianadas y excitadas que creían a pie juntillas que el monigote que iba en un carro era dios. Allí conocí a una familia de Bombay que profesaba una religión sincrética de hindú y cristianismo.

Este verano volvimos a la sagrada ciudad hindú de Puri (y van 6 veces y os debo fotos) y estaba lleno de "iluminadas e iluminados" occidentales convertidos al hinduismo cuya imagen choca por poco vista (igualmente nos tendría que chocar ver americanos -sur o norte- que creen en el cristianismo, una cultura lejana y extranjera, pero ya nos acostumbramos). No cuadraba su adopción de ropas y maneras tan lejanas, pero algunos lo hacían con ganas -pero se reunían en un café con aire acondicionado para criticar sus anteriores creencias- algunos muy talluditos para poder decir que era una moda pasajera, al revés en Puri era como una moda, una forma de destacar y atraer a los que se acercan a la nueva religión por primera vez. La verdad es que no me acerqué a ellos y más cuando vi a uno que en 2007 me dijo nada más conocerme: "Si quieres puedo ser tu gurú" Ji ji que morro.

Uno de los primeros blogs que conocí cuando me hice bloguera en 2008 fue Trajinando por el mundo. Me encantaban las historias de una chica que viajaba sola por el mundo buscando rincones poco trillados. Además acababa de empezar en India su aventura. Al acabar el viaje se hizo profesional y empezó a escribir en portales de internet para viajeros. Sus crónicas cambiaron porque la forma y el porqué de sus viajes ya no era el mismo. Ahora ha vuelto a India y ha escrito crónicas interesantes sobre occidentales que se han convertido al hinduismo, sus crónicas tienen chicha y las fotos están muy bien y ha tenido la paciencia de meterse en ceremonias y hasta un ashram, monasterio de meditación, así lo ve ella:

Mi primer acercamiento a los Hare Krishna

Lo primero que me sorprendió al llegar a Vrindavan fue la gran cantidad de occidentales que había vestidos con ropajes propios del más ortodoxo de los hindúes. Perfectamente mimetizados con su entorno, cualquiera hubiese dicho que eran indios de padre y madre de no ser por su cabello rubio y ojos azules.

¿Que está pasando aquí?, me pregunté. Yo había ido a Vrindavan en busca del color blanco, pero era incapaz de verlo entre toda de esa locura de devotos, restaurantes bajo grandes carpas y tiendas de souvenirs con motivos religiosos.

Pocas veces viajo a un lugar sabiendo todo lo que puedo esperar de él; al contrario, cada vez me dejo sorprender más. De haber estudiado un poco antes, hubiese sabido que Vrindavan es una especie de meca para los gaudíia vaisnavas; los Hare Krishna, para que nos entendamos, aunque a ellos este tipo de generalización (sinécdoque, para hablar con propiedad) no les guste demasiado.

Según los textos sagrados, Krishna (octava encarnación de Vishnu en la tierra para el hinduismo en general, y único dios -del que todos los demás emanan- para los vaísnavistas o krisnaístas) nació en Mathura, población por ello considerada una de las siete ciudades sagradas del hinduismo.

Situada a unos 10 kilometros de Mathura en una zona de frondosos bosques, Vrindavan es el lugar donde Krishna pasó su infancia entre vacas, pastores y pastoras: las gopi; una de las cuales, Radha, fue su gran amante y está considerada la fuente de su energía y contraparte femenina.

Así, Vrindavan sirvió de escenario para los juegos y travesuras del eternamente púber dios Krishna. Y en la actualidad, en la ciudad se levantan cientos de templos en cada uno de los lugares donde Krishna tocó la flauta, se columpiaba bajo un árbol, posó un pie, etcétera. Por ello, Vrinvavan es conocida como la ciudad de los 5.000 templos.

Entre todos esos templos, uno destaca por encima de los demás: el templo de Krishna Balarama, donde la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna (ISKCON) tiene su sede.

El templo de ISKCON, como también es conocido, está un tanto apartado de lo que sería el centro de Vrindavan, en una calle que, llegando de noche, más bien parece una feria de verano, con sus luces, sus puestos de comida y sus devotos vestidos con túnicas o sarees de colores.

Aunque no faltan los ashram y hoteles, esta zona no es la más aconsejable para alojarse si nuestra visita no responde a inquietudes religiosas y se desea pasar unos días en la ciudad, ya que aparte del templo y el mercadillo que lo rodea, no hay absolutamente nada. Si alguien tiene pensado viajar a Vrindavan, aconsejo buscar alojamiento en el centro de la ciudad, con mucha más vida durante el día y donde por pocas rupias es posible tomar un rickshaw hasta el templo de ISKCON para presenciar la multitudinaria ceremonia que tiene lugar cada tarde. Por la mañana el templo está igualmente a rebosar, pero por la noche la oscuridad y las velas le otorgan todavía más misticismo, si cabe.

En directo, el espectáculo es sobrecogedor. Al margen de creencias y la opinión que este tipo de exacerbadas manifestaciones de fe nos merezcan, no puede negarse que la energía que esos cientos de individuos cantando, girando sobre sí mismos y bailando transmiten, se palpa. Que regresase tres días seguidos es prueba de que a mi me fascinó, pero al mismo tiempo, había algo que me chirriaba: los devotos occidentales.

Me sentía dividida. Por una parte, y hablando con total sinceridad, ver a rusos y australianos “iluminados” y vestidos con túnicas, de alguna forma me irritaba. Soy consciente de que se no tengo justificación posible, pero lamentablemente mis emociones, aunque no respondan a ninguna causa objetiva, todavía no puedo controlarlas. De modo que esto es lo que hay: en un primer contacto (los rusos de la primera fotografía constituyen una notable excepción) los Hare Krishna no me cayeron bien, por así decirlo. Feelings.

Por otra parte, había algo en todo ello que me resultaba turbio. Siempre me he declarado una persona completamente contraria a los fanatismos, y a la vista del espectáculo ofrecido por alguno de los devotos vinieron a mi memoria todas las críticas que este grupo (los ISKCON en particular, no los gaudíia vaisnava en general) despierta así como los escándalos en los que se ha visto envuelto a lo largo de su historia.

Desde esta óptica, las preciosas rusas que con la mirada perdida repetían sus mantras incansablemente, me parecían víctimas. Otro motivo más para que a pesar del hipnótico encanto de la ceremonia a la que asistía no terminase de sentirme a gusto. Una desagradable sensación que no me ha ocurrido en ningún otro templo, de la religión que fuese. Y ojo que no defiendo ninguna.

En ese debate interno me encontraba cuando, en mi segundo día en Vrindavan, se me ofreció la oportunidad de dejar a un lado mis prejuicios, al menos por unos días. Un encuentro casual con unos chicos colombianos fue el desencadenante para que me decidiese a probar de primera mano la experiencia de vivir en un ashram de gaudíia vaisnavas ocupado fundamentalmente por devotos latinoamericanos.
(foto de Carmen Teira, ver más en su web)

Uno de los comentarios a esta entrada es de una persona que se ha convertido al hinduismo y que aporta su interesante visión desde dentro. Contrariamente a lo que se podía esperar no es agresivo ni resentido:
Gracias por las vivencias narradas arriba. Me resulta interesante conocer las experiencias de quienes han tenido algún contacto con el movimiento para la Conciencia de Krishna. Cada uno puede hacerse sus propias opiniones y respeto la que en este blog se ha expuesto, sobre todo porque se basa en una experiencia directa.
Soy un devoto de Krishna (vaisnava) y pertenezco a ISKCON, institución a la cual se alude en esta crónica. Desde esta perspectiva más comprometida puedo decir que la mayoría de los devotos de ISKCON nunca tuvieron, como primer contacto con el “mundo Hare Krishna”, una estadía en Vrindaban –que más quisiéramos.
Efectivamente este Santo lugar (Dham), en el que Sri Krishna ejecutó sus principales “lilas” o pasatiempos, es un paraje muy especial al que cuesta bastante llegar, por mucho que para algunos quede cerca (caso de los rusos por ejemplo).
Digamos que llegar a Vrindaban (o a Mathura) para cualquier devoto occidental significa ya haber recorrido un tiempo en este proceso espiritual. En ningún caso es un peldaño inicial, sino todo lo contrario. Por tanto, cuando un devoto visita Vrindaban, por lo general lo hace con más experiencia en la vida espiritual (desde el punto de vista vaisnava), sabe a qué lugar se dirige, la importancia que tiene, sus peculiaridades, lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer allá, etc. En definitiva, sabemos con lo que nos podemos encontrar (o más o menos). Pero, por sobre todo, llegamos allá con una fe más sólida (en la mayoría de los casos), lo que nos permite observar todo con una mente abierta y libre de prejuicios, las distintas facetas de este lugar de peregrinaje. No nos sorprende (tanto), encontrarnos con personas de todo el mundo, sobre todo occidentales, sobre todo rusos, no nos sorprenden los rituales (ya los conocemos desde hace mucho tiempo y sabemos de su significado e importancia), y no pensamos desde un sesgo cultural, que las muchachas (y muchachos) occidentales que participan en las ceremonias sean víctimas. Sabemos que la mayoría experimentan el Bhakti Yoga o devoción (por Krishna), como algo muy real, positivo, agradable y alegre (y muy voluntario agregaría).
Es muy entendible que para alguien que se contacta por vez primera con la cosmovisión vaisnava, sobre todo si se hace a través de un viaje directo a Vrindaban, experimente contradicciones. Por una parte se puede apreciar todo un encanto espiritual de los Templos, sus sacerdotes, las ceremonias, etc. Por otro, se puede experimentar cierto rechazo cuando vemos situaciones que no encajan, que no podemos comprender, no intelectualmente, sino espiritualmente. Ver occidentales, muchos occidentales que parecen disfrazados quizás no era la idea que teníamos en mente. Tampoco ver a muchos jóvenes (y no tan jóvenes) como hipnotizados. Pero detrás de cada cosa que veamos existirá una explicación profunda, a veces simple, a veces práctica, que en su debido momento se nos revelará (siempre y cuando estemos dispuestos a conocerla). Para finalizar decir que la mayoría de las personas (el 99%) de quienes visitan Vrindaban son ya devotos y devotas (en algún grado), lo que disminuye las posibilidades que las “visitas” sean atendidas de acuerdo a sus necesidades más neófitas. Es muy posible que los devotos no se den cuenta que al lado de ellos, por las mismas callecitas de polvo y tierra, caminaba una persona que recién se contactaba con este “nuevo mundo”…
Saludos desde el corazón… Hare Krishna.
Acabo de descubrir el blog de Leyre que enseñaba español en Bangalore y ahora en Calcuta. Esto es lo que nos cuenta de su visita al templo iskon Hare Krhisna en Bangalore:

Hace unos días fui a Iskon Temple, el centro de los Hare Krishna aquí en Bangalore, sino en el sur de India. Es un templo bastante moderno, construido hace no demasiados años (en 1997), creo que el más grande la ciudad. Aparece en casi todas las guías de Bangalore y mis amigos que lo habían visitado lo ponían muy bien. O me lo pintaban bien. Pero cuando yo fui, no me pareció tal cosa. Tal vez hacía demasiado calor, tal vez hacía demasiado poco tiempo que me había recuperado de estar malísima por culpa de unos pani puri que comí en la calle. El caso es que estaba totalmente de acuerdo con el amigo que me acompañó: aquello es un centro comercial de Krishna, y poco más.

No voy a hablar mucho del templo porque fue una gran decepción. Lo único que buscan es tu dinero, si no es pagando una entrada directa que te ahorra el suplicio de pisar descalzo 108 losas de mármol en las que te tienes que esperar rezando "hare krishna, hare hare ...blablabla" 108 veces (una por losa), con un sol de justicia sobre ti (no sé cómo sobreviví), pues quieren tu dinero poniendo delante de tus ojos miles de mesitas con cositas, libros, adornos, calendarios, dulces, comida, más dulces, mñas muñecos, cuadros, ropa, bolsos, de todo, dedicado a Krishna. Lo cierto es que la comida y los dulces están buenos y no están caros, pero es lo único que vale la pena.

Y esta es la experiencia de Carmen dentro de un ashram, para más historias no dejéis de visitar su web:

La vida en un ashram vaisnava desde dentro

“Por cierto, me llamo Acyuta”, dijo la devota peruana antes de salir de la habitación que me había sido adjudicada. “Madre mía, qué nombre más raro”, pensé. “¿Tendrá orígenes quechuas o aimaras?”

La misma situación se produciría cada vez que me presentasen a un nuevo compañero. “¿Cómo te llamas?”. “Prahlad”. “Dinabandhu”. “Mi nombre es Hánuman”.

- Ah, no, eso sí que no… No puedes llamarte Hánuman. – espeté con incredulidad.

- Claro que sí, es mi nombre espiritual.

¡Acabáramos! El nombre espiritual. Mi primera enseñanza en el ashram de Vrinda Kunja: los devotos, cuando son iniciados, reciben un nombre espiritual que les hace recordar en todo momento a Dios, reforzando su fe y ayudándoles en sus prácticas y rituales.

- Pero… en la vida normal usas tu verdadero nombre, ¿verdad? – me atreví a preguntar.

- Sí, claro. Yo en Argentina tengo otro nombre; el que sale en mis documentos y por el que soy conocido -respondió Hanuman sin plantearse siquiera revelarme cuál era.

Ante este panorama, en cada nueva presentación, cuando me tocaba a mi decir el mío me daba incluso vergüenza. Cuánto hubiese querido en esos momentos llamarme Acyuta o Rama, y no este insulso Carmen que delataba mi condición de intrusa.

Durante los días que viví en el ashram mi relación con los devotos tuvo dos vertientes. Por una parte, con un par de ellos nunca llegué a sentirme cómoda del todo. Tal vez fuese una percepción errónea, pero por mucho que trataba de integrarme no podía evitar sentir que estaba siendo juzgada como alguien ajeno al grupo y sus creencias.

Afortunadamente, con la gran mayoría la sensación fue diferente. A los devotos, por lo general, les encanta hablar. De lo suyo, naturalmente. Basta con hacerles una pregunta sencilla (por ejemplo, acerca de la reencarnación), para escuchar una larguísima disertación sobre el alma, Dios y los diferentes tipos de yoga, que termina desembocando, cuarenta minutos después, en las pruebas de la existencia de vida en otros planetas (verídico).

Personalmente encontré estas charlas muy interesantes, si bien he de reconocer que en ocasiones alguno de mis interlocutores se dejaba llevar por la pasión proselitista haciéndome pasar un rato algo apurado frente al resto del grupo. Y es que por mucho interés que yo mostrase (y que jamás fingí), con cada nueva pregunta que me hacían ponía en evidencia mis escasos conocimientos en los aspectos más profundos de su religión, por no hablar de mis malos hábitos alimenticios.

Todos esos hábitos quedaron en la puerta el día que entré en el ashram. De la carne no hablamos porque la última vez que la comí fue en España, pero en el ashram tampoco están permitidos los huevos, el picante (por provenir de la modalidad o guna de la pasión), la sal y tampoco el café o el té (por estimulantes).

Con estas normas se entenderá si digo que las tres comidas diarias son muy parecidas y muy sosas. Tremendamente sosas. Si el objetivo es no sentir apego, gula o desarrollar pasiones hacia el alimento, el objetivo está conseguido. Arroz blanco, dal, chapati, y en el mejor de los casos, algo de fruta cocinada a modo de postre, fueron el sota caballo y rey de mi alimentación diaria durante esa semana. Eso sin contar la pizza que ocasionalmente entraba en escena, y que nunca probé porque cada porción costaba 60 rupias, sumadas a los 12 dólares que ya pagaba por día. Además, yo no he venido a India para comer pizza.

Una devota chilena me comentó que este tipo de “lujos” se permitían porque estábamos en un mes festivo, el mes de Kartik. Según esta mujer, quien cada año viene unas semanas de visita a Vrindavan para ver a sus hijos, que viven aquí, la comida habitual es aún más sencilla; algo que  le preocupa pues su hija menor ha tenido varios problemas de salud a causa de la alimentación y las duras condiciones de vida en Vrindavan, especialmente durante los meses de verano.

En cualquier caso, para un vaisnava se supone que la comida (y su sabor) no debe tener más importancia que la justa. Estos alimentos vegetarianos y ofrecidos a Dios en el altar antes de ser llevados a la mesa, se llaman prasada, y más que un simple alimento están considerados por los devotos una forma más de purificarse y comunicarse con Krishna.

En lo que respecta a la rutina diaria, la jornada en el ashram comienza a las cuatro y media de la mañana, o lo que uno necesite para vestirse y estar a las cinco en el templo, que es cuando los devotos se reúnen para cantar los primeros mantras, más o menos hasta las seis.

Después, en función del día puede que unos den clases de yoga o simplemente se disfrute de algo de tiempo libre hasta las siete, cuando tienen lugar unas charlas en las que se debaten diversos aspectos sobre la filosofía védica.

En realidad, todas las actividades del ashram son voluntarias. Tras el desayuno, por ejemplo, un gran grupo se organiza para realizar trabajos de ayuda a la comunidad en la ciudad, pero quienes hayan adquirido algún compromiso en la cocina o en el huerto, tengan taller de música o sencillamente prefieran quedarse a solas, son libres de no acudir.

Dentro de los trabajos de ayuda a la comunidad puedo destacar dos: la limpieza y conservación de templos y la limpieza de Vrindavan, especialmente la zona cercana al río Yamuna, que es donde se acumulan gran parte de los desperdicios. Estos trabajos han sido promovidos especialmente por el fundador del centro: el Gurú B.A. Paramadvaiti Swami Maharaja, a quien además tuve la suerte de conocer en persona pues estos días estaba de visita en Vrindavan y se encargó de acompañarnos a los trabajos de limpieza, motivándonos con sus palabras de aliento.

[Nota al margen: Resulta perturbador enterarte, días después y a través de la Wikipedia entre otros, de que el hombre con quien has estado hablando con la mayor naturalidad sobre tus problemas intestinales, es un gurú de semejante importancia a nivel internacional. Sinceramente, no tengo más que buenas palabras hacia él; además, fue el único que en ningún momento mencionó a Krishna o la religión al hablar conmigo.]

Uno no empieza a ser consciente de lo que las palabras “vamos a limpiar el suelo de Vrindavan” significan hasta que no lleva una hora con la espalda doblada como un “siete” (7). Cuando llevas cuatro, te preguntas por qué entre TODOS los países del mundo elegiste limpiar el suelo de India. Podías haber ido a Suiza o Noruega… pero no: tú tenías que limpiar el país más sucio del planeta.

Estos pensamientos, que naturalmente así expuestos no pretenden ser más que una broma, esconden en el fondo algo de verdad. No es que quiera mostrarme insolidaria, pero de todos los trabajos de voluntariado que he realizado en mi vida, el que menos satisfacción personal o sensación de estar realizando una labor útil por mi entorno me ha dado, ha sido éste. Y es que el suelo de Vrindavan tiene envases, jeringuillas, bolsas de plástico, y en definitiva, mierda (perdón por la expresión), para rato. Lo que peor se lleva es la certeza de que una semana después va a estar exactamente igual de sucio que antes de limpiarlo.

Pero los devotos lo hacen con alegría, porque para ellos lo importante no es que el trabajo sirva para algo (me van a caer piedras por esto, pero así es como yo lo veo), sino lo que a ellos les aporta: purificación. Además, el trabajo desinteresado o karma yoga es también para ellos una de las manifestaciones de amor más grandes que pueden darse en esta vida, y esta vida es (siempre según ellos) “un entrenamiento de amor para amar a Dios”.

Para quienes no nos sentimos purificar a través de la recolección de basura, limpiar el suelo de Vrindavan es, simplemente, un castigo peor que el de Sísifo.

Pero también entre montañas de basura se dan situaciones dignas de mención. Incluso me atrevería a decir que solo en  un escenario tan particular como éste puedes preguntar “¿De dónde eres?” a un devoto, que éste te responda sin el menor atisbo de sonrisa “Mi cuerpo nació en Río” y seguir a lo tuyo, recogiendo desperdicios, aceptándolo como normal.

Es otra forma de entender la vida, otras reglas, otra jerga. A la mujeres se les llama “madre”, y si tienen la menstruación están “contaminadas”; uno no muere, sino que “abandona el cuerpo”, y lo que nosotros entendemos como defecar ellos lo llaman “pasar excremento”.

La renuncia a las relaciones sexuales es otra de las prácticas (o “no prácticas”, para ser exactos) que caracterizan a los vaisnava. Los motivos que les llevan a ello son tan variopintos como difíciles de comprender desde fuera; y es que, por poner un ejemplo, hay que darle una buena vuelta de tuerca a la cabeza para entender que un hombre decidiera entregarse a Krishna en cuerpo y alma el día que puso los cuernos a su pareja.

Según sus propias palabras, “Ella era la mujer que yo siempre había soñado. Cuando le fui infiel me di cuenta de que el problema estaba en que yo aspiraba a algo más. Ella era la mujer perfecta para mi, así que lo único que podía haber por encima de ella era Dios”. Este devoto afirma llevar doce años y medio de celibato y sentirse cada día más feliz. No siente que nada le falte, no echa de menos una relación más íntima con las mujeres, porque además de haberla sustituido con la gran familia de devotos de Krishna, llena su vida de actos amorosos como, mismamente, recoger la basura del suelo de Vrindavan.

La mayoría de los devotos con los que tuve ocasión de hablar me contaron historias parecidas. Algunos están casados, pero viven separados de sus parejas (en países distintos en muchos casos) y habían dejado de tener relaciones después de tener un hijo o dos. Hablando con los hombres sí percibí amor y deseo por reunirse con sus vástagos, pero en lo que respecta a sus mujeres se referían a ellas como “la madre de mis hijos”, sin excesivo cariño, como una compañera de la vida sin más.

Tras el almuerzo y algo de tiempo de descanso, por las tardes los devotos se reúnen para ir a uno o varios templos donde Krishna realizó tal o cual pasatiempo, para escuchar su historia, transmitida de padres a hijos, generación tras generación. En comparación con el trabajo de por la mañana, ésta es una parte del día bastante relajada.

En definitiva, para ir concluyendo, la experiencia de pasar unos días en un ashram de seguidores de Krishna es muy interesante pero puede resultar agotadora para los no iniciados.

Agotadora no por lo que hay que hacer, sino precisamente por todo aquello que implica prohibición y renuncia. Basta que a uno le den la misma comida sosa dos días seguidos para que se muera de ganas por salir a comprar una samosa; basta con que te digan que no puedes tomar cerveza, para el cuarto día hacer la maleta y cambiar el apacible jardín del ashram por una terraza en la contaminada Agra con una Kingfisher bien fría sobre la mesa.

Gracias Carmen por contarnos todo esto desde dentro.

Comentaris

Muy muy interesante. Respeto toda búsqueda sincera de superación y conocimiento interior, siempre y cuando no resulte ser lo contrario de lo que diga ser:un medio por el cual se aplasta la condición humana -propia o ajena-
Cada quien sabrá cuáles son sus razones para aceptar determinado modo de vida. Mientras no lastime a otros o se lastimen a ellos mismos, creo son muy respetables.
Muy buen artículo, Ka.

un abrazo!

P.d
¿cómo andamos para sumarte a la tarjeta navideña de este año? Puede ser una foto parcial, digamos de los ojos o media cara jejejee.
En serio, me encantaría que participaras!
ka ha dit…
tema delicado cuando la espiritualidad de cada una se enfoca dentro de una religión organizada... estoy buscando alguna foto discreta, jiji