Ingenieros intocables
Me han pasado un pdf con el artículo del País Semanal sobre la fundación Vicente Ferrer. Ha sido difícil pasarlo a formato legible y no me hago con las fotos (os pongo una sólo), pero el texto es muy interesante, un análisis profundo de uno de los muchos logros de la fundación, el de las personas que han conseguido una carrera universitaria.
Las castas más bajas de India han encontrado un hueco para sortear su destino: formación y nuevas un sinfín de ingenieros al mundo. Y en ese territorio importa el mérito, no el origen. India crece, produce y exporta la historia de éxito de cuatro jóvenes intocables, la prueba del poder de cambio de la educación.
INGENIEROS INTOCABLES ‘MADE IN INDIA’Por LOLA HUETE MACHADO Fotografía de ÁNGEL LÓPEZ SOTONada más poner el pie en la calle desde el aeropuerto de Bangalore (capital del Estado de Karnataka), un cartel de la empresa de tecnología IBM indica: “Permítenos hacer del mundo un lugar más pequeño”. Y sí, se ve que se lo han permitido. Porque es en" lar la carretera y toparse con detalles de Occidente que arrasan: coches de lujo, edificios acristalados, logos de firmas internacionales y publicidad inundando el centro de mansiones estilo Beverly Hills…Occidintoxicación, lo llaman. Todo bien global. Todo, menos el nivel de urbanización (la basura, el pobre estado del asfalto y la falta de aceras), de contaminación (el aire es irrespirable), de edificación (la mayoría de inmuebles necesita primeros auxilios), de ruido (atroz)… Y, destacando, el contraste entre los que tienen y los que no. Un pastel bien amasado de miseria y nuevos ricos, o ricos muy ricos, que aturde. Hace nada, esta era considerada la ciudad de los pensionistas, y ahora pasa por ser la de los millonarios. Manjunatha Chakari sabe de pobreza. Es dálit –antaño llamados intocables, en esa clasificación milenaria en castas que aún perdura y afecta a unos 200 millones de personas en el nivel inferior–, está graduado en estudios tecnológicos, lo que llaman B-Tech, tiene 24 años, una carrera incipiente y serias dificultades en este momento para que le permitan que le fotografiemos en el interior de su empresa, NetApp, subcontrata de Wipro, gigante indio de la electrónica con 120.000 empleados en cinco continentes. Y eso que se lo (nos) habían prometido hasta por escrito. Él lo pelea con unos y otros en las tripas de un edificio moderno, con mucho cristal dentro, y mucho espacio, césped y guarda de seguridad fuera, vecino a los de Microsoft o Yahoo. Hasta se ha puesto sus gafas de pasta con motivos de leopardo. Pero nada. Porque nunca nada es como parece en India. Y menos ahora que anda creciendo, a ritmo lento, pero sostenido, cual tortuga, gracias, entre otros, a su poderío electrónico y programador (es proveedor de servicios externos mundiales, más baratos y en perfecto inglés: gran ventaja frente a China); a su medio millar de universidades, la gran mayoría de Ciencias; o a sus sedes tipo Silicon Valley (en Bangalore, Hyderabad y Dehli). Solo en esta esquina sur del subcontinente hay 300 escuelas de ingenieros. En la Electronic City de Bangalore se arremolinan cientos de empresas del gremio, mientras fuera crece la clase media: dicen que serán 500 millones en tres lustros, urbanos, angloparlantes, embebidos de cultura de consumo de marcas, provocando un boom de creatividad e innovación, y que el uso de tecnologías permitirá acceder al consumo al segmento de los pobres (de ahí, los coches por 1.500 euros, los móviles por 19…).Y todo es, por momentos, una alucinación: la de una India estratificada que se balancea entre el medievo y la ciencia ficción. Siendo el segundo país más poblado de la Tierra, con más de mil millones de habitantes, 300 viven en condiciones paupérrimas; la brecha de género no decae: la mitad de las mujeres no sabe leer ni escribir; el infanticidio no cesa; los matrimonios concertados, tampoco; el trabajo infantil y el absentismo escolar son una lacra; la renta per capita en 2011 fue de 770 euros, puesto número 143º del mundo. El contraste entre lo rural, 680.000 aldeas (dos tercios de población), y lo urbano es un abismo. Eso sí, todo siempre bajo los auspicios de dioses como Shiva, Brahma, Krishna o Vishnu, tan presentes como los pósteres de actores de Bollywood/ Tollywood/Kollywood, tipo Shahid Kapoor o Kareena Kapoor. India bendita. Hasta los secretos de la escala de mando aquí se escapan a nuestro concepto. Porque no es tal, sino una soga que se dobla y va girando de uno a otro a través de castas, religión, formación y poder. Imposible desligarla y llegar a quien toma la decisión. Esperamos en vano, pues, junto a Manjunatha, un permiso que no llega, como lo haremos luego en la sede de IBM, en Whitefield. Donde, además, los guardas dirán (¿evidencia de que el mundo es, en verdad, más estrecho?) que hasta las fotos ¡desde la calle de su fachada están prohibidas! El fantasma del espionaje arrasa en el sector, al parecer, “puesto que Bangalore no está sola”, sonríe Manjunatha luego, ya relajado, mientras habla de los suyos, de su formación, de novias y planes. La sombra de Hyderabad, la capital del Estado cercano de Andhra Pradesh, es alargada desde que Microsoft decidió instalar en ella su centro de desarrollo de software. Además, Hyderabad luce más metropolitana, parece más ciudad…“Aquí hay mucho futuro”, nos dirá otro ingeniero, Shatru Naik, ya treintañero; él lo sabe bien, pues allí estudió; allí habita y se ha hecho grande, tiene casa y familia acomodada junto a su esposa, jueza, y allí ha dirigido y reflotado más de una empresa (Versant Technology) o dirige hoy la red social de música, Muzigle, mientras sueña con crear una propia para formar a ingenieros. Y por allí anda como pez en el agua con su moto sorteando peatones, todoterrenos, ricksaws y atascos planetarios. Pero seguimos en Bangalore. Y la paciencia occidental (como la capacidad de sorpresa) tiene aquí, se ve, mucho campo para su desarrollo. Y no solo ella. Chandrasekhara Naidu, indio enjuto, cultísimo, hombre tranquilo, mueve la cabeza decepcionado: “Las castas son nuestro verdadero problema”, dice él, que es miembro de una superior, la de los propietarios. “Algún día usaré ese valor y me haré primer ministro para solucionar todo esto y más”, bromea. Siempre sonriente, él es el director del sector de educación en la Fundación Vicente Ferrer (FVF) y es quien nos ha traído hasta aquí para seguir los pasos de estos jóvenes ingenieros que nacieron dálits, tribales o lo que llaman backward castes (BC), los grupos más deprimidos, en los que solo un 12% (dálits) o un 5% (tribales) tiene estudios superiores. Para ver con nuestros propios ojos cómo la educación es un motor de cambio ya imparable. Lo es. Y lo vemos. Como vemos también el poder que tiene la iniciativa de una sola persona irradiada con el apoyo de otros muchos.Educar a las castas más desfavorecidas y favorecer su disolución, ese fue siempre el objetivo de la FVF desde que en 1969 el exjesuita hincó el diente en los pueblos a dos aspectos: aumentar la asistencia a la educación primaria y reducir el abandono escolar de los marginados a través de escuelas de refuerzo, planes de nutrición y desarrollo. “El acceso a la educación primaria de los dálits en Anantapur ha pasado del 10% entonces al 99% hoy”, contaba hace nada su hijo Moncho en la conferencia de TEDX en Bilbao. Luego empezaron a involucrar a las comunidades en la gestión de la educación de sus hijos, mediante el pago propio a los maestros. Y ahora corre la tercera fase: el apoyo de niños seguidos por la FVF que llegan a la etapa universitaria en los 3.000 pueblos en los que están presentes. Se encargan de ellos, los becan, los siguen de cerca. Pero, de momento, para paliar el asunto fotográfico, acompañamos a Manjunatha hasta la sede mastodóntica de Wipro (y ahí está la imagen, abriendo este reportaje), mientras siguen desfilando ante nuestros ojos las particularidades de este país atípico que asumió la democracia sin contar con la clase media; que crece sin pasar por una revolución industrial al uso; que tiene su fuerte en el sector servicios, un escenario político volátil de 24 partidos, y donde la libertad de expresión y la idea de Estado y de lo público tienen un considerable peso junto con la tradición, la religión, la idolatría (hay cientos de gurús, el más famoso, Sai Baba, fallecido en 2011) que lo inundan todo. “¿Ves a esos vestidos de negro?”, nos dirá la traductora de la FVF, Sheeba Baddi, en el trayecto por autopista, nueva, hacia Hyderabad. “Son seguidores de Ayyappan, dios nacido de dos hombres, ayunan para que se les perdonen los pecados”. Sheeba lo ve y lo sabe todo de su tierra, lo ofrece con ironía muy suya, y en cinco idiomas, hasta en catalán y con expresio - nes. “¿La diosa del conocimiento? La Sarasvati, esposa de Brahma, una mujer, ya ves”.En este crecimiento último, India, además, no está sola, sino bien apoyada por Estados Unidos… Su emergencia como potencia equilibra el mundo frente a China, dicen los expertos en geopolítica. Pero en esto, quizá, Manjunatha tampoco piensa ahora, mientras cuenta que vive con su hermana, se ocupa “del scripting del lenguaje perl”, prefiere India a EE UU (el 25% de las iniciativas empresariales en Silicon Valley es de indios no residentes) y mira el cielo gris pintado a brochazos por la contaminación (el deterioro climático es gran reto) mientras viajamos en el metro aéreo de Bangalore, recién inaugurado, donde, para variar, también te persiguen los polis en cuanto ven cámaras. Luego nos detendremos en centros comerciales con árboles de plástico donde las parejas se retratan entusiasmadas. O en otros de más alta gama, el exclusivo UB City, con vistas espectaculares, club muy british en la azotea, marcas de moda vuittonianas y terrazas donde sentarse a comer es gastar de golpe el sueldo mensual de un campesino (30 euros al mes).fuerzoLa formación de los marginados, ese sueño del catalán Vicente Ferrer desde que aterrizó en tierras de Anantapur (entonces, sumido en la pobreza absoluta), lo representa bien la figura de otro dálit, Bhimrao Ambedkar, tan revolucionario y famoso dentro del país como lo puedan ser Gandhi o Nehru. La estatua de Ambedkar, bien dorada (es una moda, cualquier adinerado se encarga su efigie), se levanta por doquier en los cruces de caminos y es como un recordatorio de que la abolición de las diferencias sigue siendo work in progress. “En la Universidad no miran de dónde procedes. Ni castas, ni religión, ni dinero; allí somos iguales. Creo que el éxito es saber estar en todas partes… eso y estudiar sin parar, sin mirar lo que hace el otro”, señalará luego Subhashini Vadathe, de 22 años, de la casta tribal, ingeniera ilusionada y querida en una gran empresa de software, Virtusa. Ambedkar no vio contradicción entre ciencia, tecnología y tradición… Y fue quien dio esperanza a los marginados de India. Él mostró en sí que podían trascender su condición social hereditaria: fue uno de los principales redactores de la Constitución del país en 1950. Definió la jerarquía de castas como “escala ascendente de odio y descendente de desprecio”, tal como cuenta. Edward Luce, periodista del Financial Times, en un libro magnífico, A pesar de los dioses. El extraño ascenso de la India moderna. Vicente Ferrer hizo hincapié también en esa unión entre la India rural más pobre con la educación y las nuevas tecnologías, un boom ya cuando él murió en 2009: de hecho, el 61% de los universitarios becados por la FVF son hoy ingenieros. Al desaparecer, Ferrer dejó la organización igual de activa a manos de su mujer, Anne Perry (ya antes encargada de todo asunto práctico), y de su hijo Moncho. Y, además de una herencia material (tres hospitales, 3.000 pozos, 1.200 escuelas de refuerzo, casi 40.000 viviendas sociales...), dejó otra inmaterial y valiosa: un servicio de apoyo integral en educación, vivienda, sanidad o ecología a cerca de tres millones de personas que nunca antes lo habían tenido (como ahora mismo sucede con las tribus chenchu de los bosques de Andhra Pradesh, víctimas de la deforestación).La fundación FVF ha sabido usar gracias a un equipo de personal y voluntarios bien capacitado, la paciencia y la perseverancia como armas eficaces en sus más de 40 años de historia en Anantapur. Allí, su sede –campus lo llaman– es cual oasis silencioso y ordenado en medio del caos; un puro centro de descompresión que ha ido creciendo con los años, y donde, además de la residencia de la familia Ferrer, hay oficinas y habitaciones para personal y voluntarios que van y vienen. Cruzas la entrada y es como atravesar la galaxia. El trabajo de la FVF es exquisito, de hormigas que hacen camino: se ve en sus escuelas de repaso, en los centros de reunión de las comunidades, en las casas y los hospitales, y, quizá, hasta en el silencio y el espacio creado alrededor de la tumba de Ferrer dentro del recinto de uno de ellos, en Bathalapalli (en un país tan hacinado). “Para acabar con la discriminación, nosotros usamos la más efectiva de las herramientas: la educación”, seguía Moncho Ferrer en Bilbao.Los beneficiarios del Programa de Becas Preuniversitarias de la FVF (1.291) han ido a estudiar a los mejores centros (de ellos, 127 son ingenieros ya graduados, otros 667 estudian aún). Entre ellos, Lathamma, Manjuntha, Shatru o Subhashini representan varios estadios de evolución. Mientras Shatru Naik, curtido y con bigote, está en la división de los expertos e independientes (empezó su carrera trabajando en la escritura de códigos y programas; lleva 13 años de experiencia en compañías de software; en 2004 se inició en la gestión y dirección, y se ocupa ahora de crear estrategias de negocio), otros acaban de empezar o de conseguir su primer empleo. Pero son ya profesionales de tecnologías de última generación, y estas han introducido en la sociedad india algo no siempre obvio o común: son los méritos individuales los que te hacen subir, no tu origen. Lo saben bien. Y sus retos han sido inmensos: separarse de la familia, enfrentarse a la ciudad desconocida, dar la talla ante tal privilegio, estudiar en lengua telugu o kannada, y pasar luego a inglés, dominar determinadas capacidades comunicativas, “soft skills” las llaman… Característica esta muy elástica, como veremos: a Manjunatha, por ejemplo, le cuesta abrirse; Subhashini sonríe todo el tiempo y se hace amiga; Shatru no para de añadir contexto: “Las matemáticas son una especialidad india, hasta el cero como número lo es; las ciencias y la programación eran nuestro destino; Rajid Gandhi, el ex primer ministro, dio el empujón con las reformas en 1990, la educación es hoy interés generalizado”. Y Lathamma se presenta con un “Soy testing engineer, soy eso”, bien expresivo. Todos tuvieron que demostrar inteligencia, capacidad, entereza, objetivos claros y ganas de enfrentarse al establishment familiar y local, al cambio, y al hecho de convertirse en los primeros, y quizá únicos, universitarios de su entorno.Los acompañamos. Vamos a sus empresas, a sus casas en la ciudad y a ver a sus familias en las aldeas, en un programa tan apretado como este texto. Nos sentamos en el rellano de la vivienda colorista de Lathamma a ver a su madre calentar el fuego para el té con las boñigas de vaca, o a los niños cantando a lo lejos en la misma escuela que ella frecuentó un día cuando su padre recogía hojas de palma y era sirviente al mando de otros. La - thamma, morena, grandes ojos, amable y sobria nos dijo: “Solo quiero mejorar, pros - perar, ganar dinero, no depender de nadie, mejorar la situación de mi familia; así, mi carrera es prioritaria. ¡Hasta he acordado con mi padre que no me agobie con temas de boda en dos años!”. Su madre, muy activa en la comunidad, sonríe. “La gente aún nos pregunta por qué gastamos tanto dinero en la educación de las niñas, es mejor concertar buen matrimonio, afirman, y les digo que yo nunca voy detrás de los tiempos, sino delante. Y si nuestra generación no pudo ser independiente, ellas lo serán”, apunta el padre. Y se ríe cuando le decimos que es un moderno. Descansamos en el porche con la familia de Subhashini al completo, en Puttagundlapalli, una suerte de asentamiento con 42 casas similares en las que conviven un centenar de tribales (generalmente no se mezclan, se casan entre ellos) que antes se dedicaban a la recogida y venta de leña y desde hace 15 años tienen tierras. Nos presentamos en la vivienda de los progenitores de Shatru –con parada y festejo previo en el centro de su pueblo, Makodiki / an da, donde es una celebridad–, que son como sacados de un cuadro de principios de siglo: campesinos de cuerpo menudo y roto, gafas a lo Gandhi, esos ojos verdes inmensos de su madre bien abiertos, en una casa repleta de gente y rodeada de verde por todas partes menos por las palmeras y el azul del cielo. Una construcción de cemento, iniciada con ayuda de la FVF, como las demás, sin muebles, apenas unos colchones. Y pasamos una tarde también con los de Manjunatha, en su casa verde, limpia y nueva, donde nos contaron, coco abierto en mano, cómo el ejemplo de estudio de su hijo ha cundido en su nuera y entre los dálits que habitan aquí; mientras los escolares, libros en mano, se acercan desde la escuela a mirar, huele a comida cercana y suena la llamada al rezo de las familias musulmanas vecinas con las que conviven en paz en un mundo ya no tan pequeño.
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