Kavalthi, una historia de superación

Del último boletín de la FVF, el artículo viene sin firma, la foto es de María Martín:
Kalavathi ha desafiado la discriminación por partida triple: es mujer, padece una discapacidad y pertenece a una de las castas desfavorecidas de la India. Una escoliosis congénita severa provocó que la columna de Kalavathi se desviara internamente y eso hizo que le saliera una protuberancia en su espalda. También padece debilidad muscular, lo que, junto con la desnutrición continuada que sufrió durante su infancia, le causó un desarrollo menor de los huesos. “Me cuesta andar y mis piernas no me dejan pasar mucho tiempo de pie, pierdo fuerza y me caigo”. Estos problemas marcarían el resto de su vida, y no sólo físicamente. Parece frágil, pero sus manos y sus ojos revelan su fortaleza interior, probablemente porque gracias a ellos ha podido cambiar su destino y hacerse dueña de su propia vida. Hoy Kalavathi tiene 24 años, trabaja en el taller de mujeres con discapacidad de Colaboración Activa, el comercio justo de la Fundación Vicente Ferrer (FVF) y, lo más importante, se ha ganado el respeto de la sociedad.

Sin embargo, el camino hasta aquí ha sido una carrera de obstáculos para romper con las creencias que en la India condenan a las personas con discapacidad al ostracismo. “Mis hermanas se burlaban de mí y me decían que con mi joroba no tendría vida, ni trabajo, ni marido”, recuerda Kalavathi sin perder la calma. Nació en el seno de una humilde familia de jornaleros en un poblado llamado Lingareddipalli. Su padre se pasaba el día en el campo, mientras su madre y sus tres hermanas vendían cacahuetes en el pueblo. “En el colegio estaba contenta, pero cuando terminaba no quería ir a casa. Pasaba todo el tiempo por las calles de mi barrio, comía con mis vecinos. Si iba a casa mi madre y mis hermanas se enfadaban, les molestaba verme”, cuenta con aplomo. La escoliosis severa reduce la movilidad, afecta a los huesos, debilita y duele. Pero Kalavathi no sólo padecía el dolor físico, también la incomprensión y el desapego. “Quería trabajar y ser como ellas, pero no podía”, confiesa mientras recuerda la culpabilidad que sentía por no poder responder a lo que le exigían.

Pero aún hubo más. “Mi madre me decía que era una inútil. Un día me pidió que le llevara la comida al campo a mi padre, tenía que andar casi 10 kilómetros, pero mis piernas no me dejaban. Al regresar con la comida, mi madre me pegó y me echó de casa”, recuerda la joven. Después de esa primera vez hubo otras. “Yo no tenía a nadie y volvía a casa. Hasta que un día no me dejó entrar. Pasé varios días por la calle. No me gustaba estar sola, ni tener joroba. Me tomé unas pastillas, era el único remedio que podía ponerle a lo que me pasaba”, relata con franqueza. Tenía 12 años y el calvario que sufría la había llevado a intentar poner fin a su vida. “Mis vecinos me encontraron y me llevaron al hospital de la Fundación en Bathalapalli. Allí conocí a muchas chicas que también tenían discapacidad, ellas me hablaron de los sanghams y de lo mucho que podía hacer si yo quería. Me di cuenta de que no estaba sola”, declara con una amplia sonrisa.

Empezar de cero
En el hospital también conoció a un coordinador de los talleres de Colaboración Activa, un proyecto que lleva 10 años posibilitando la integración laboral y social de las mujeres con discapacidad del distrito de Anantapur. Kalavathi decidió hace seis años sumarse al proyecto y hoy es una de las 176 mujeres que participan en los talleres de producción textil, joyería, yute, papel reciclado y artesanía ecológica. La joven trabaja en el taller de joyería y vive junto a otras 50 chicas en el pueblo de Bukkarayasamudram: “Es mi casa, nunca me había sentido así antes. Me gusta mucho mi profesión y trabajo duro porque es la fuente de mi independencia”, afirma consciente de los avances que ha hecho en su vida. Le pagan por piezas producidas y gana entre 1.000 y 1.500 rupias al mes (entre 13 y 19 euros), además del alojamiento, la comida y el seguro sanitario que garantiza que pueda acudir al medico ante cualquier problema de salud que le surja. “Hay veces que trabajo más y otras menos, depende de mi espalda. Pero estoy muy contenta porque ya he conseguido ahorrar 50.000 rupias (644 euros)”, revela.

Tiene un buen sueldo, incluso superior al de otros miembros de su familia, y eso es lo que le ha hecho ganarse el respeto de todos. La falta de recursos y la ignorancia condena a las personas con discapacidad de la India a la marginación porque se considera que cada miembro de la familia vale en la medida de lo que aporte a la economía familiar. Sin embargo, las capacidades de estas personas les permiten desarrollar diferentes trabajos con los que ganarse la vida, como demuestra Kalavathi. Ella recuerda hoy que con su primer sueldo le compró un sari a su madre. “He trabajado mucho para demostrarles que mi joroba no me hace inútil y que no les guardo rencor”, confiesa segura Kalavathi. Tanto es así que su familia ahora confía en la joven como motor económico de la familia. De hecho, hace cuatro años tuvo que prestar dinero a sus padres para hacer frente a la fuerte sequía que azotaba el distrito, que arruinó la cosecha y desmoronó la economía familiar. “Les presté las 30.000 rupias (386 euros) que tenía ahorradas. Lo estaban pasando muy mal y, si me necesitan, aquí estoy”, afirma la joven.

En las zonas rurales cuando la mujer india se casa su vida se reduce a su hogar y familia, pero ella, que desde el principio ha luchado contra las injusticias que sufría por tener discapacidad, tampoco está dispuesta a retroceder como mujer. “Cuando me case seguiré trabajando. Soy consciente del valor de mi independencia, es la fuerza que me hace seguir adelante y el hombre con el que me case lo respetará”, sentencia.

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