Desde el corazón de Gales. Mineros y reggae-men.

Que es sin duda la mina de Blaenau Ffestiniog. No teníamos ni idea de lo que nos esperaba. Habíamos mirado páginas locales muy anticuadas y poco juveniles y buscando blogs de gente que hubiera pasado por la zona sólo dimos con una familia en autocaravana y algún erasmus de finde con coche alquilado en la capi (Cardiff) que se limitaban a constatar lo poco que dicen las guías.


El caso es que por descarte, ya habíamos visto Lancashire y el Lake District y no queríamos ciudades, decidimos ir al norte de Gales cuya principal atracción parece ser el Parque Nacional de Snowdonia y algún que otro pueblo costero en el que dudas que alguien se atreva a usar las aletas y gafas de buceo que ofrecen las tiendas de cachivaches. La costa está llena de campings para caravanas y casas prefabricadas.

El parque está lleno de rutas campestres, a pie o bici, la mayoría de ellas acaban en el pico de Snowdon, el reto a subir (bueno sólo 1085 metros de altura). También hay castillos y círculos celtas de piedra y algo de kayaking. Parece que no acaban de explotarlo turísticamente más porque la temporada buena es muy corta. También hay un tren de vapor y vía estrecha para nostálgicos, hace un recorrido circular por el interior del parque, que también se puede visitar usando varias líneas de bus y una línea de tren de cercanías.

Buscando albergue en un pueblo con tren acabamos encontrando al final de la línea en el ilegible Blaenau Ffestiniog. Los demás pueblos estaban llenos en agosto. Betws-y-Coed parecía ser el más turístico y así atestiguamos al pasar por la estación cuyas cafeterías estaban abarrotadas de turis locales ociosos.

Gales desde el tren: playa fangosa, Snowdonia, paisaje de pizarra
Luego un par de pueblos y nos metemos por un túnel que parece no tener fin, parece el túnel del tiempo. Y nosotras, solas en el vagón, junto a un señor adormilado que lleva una bolsa de filetes, sin saber que nuestra vida está a punto de cambiar. Acaba el pasadizo y no se hace la luz, un gris lo cubre todo, miles de trozos de pizarra se desparraman por las montañas que nos rodean dando forma a un paisaje insólito un espectáculo sin par, un lugar único en el planeta al final de una línea de tren en desuso.
Memorabilia de la época minera. Difícil ahorrar con bajo sueldo, largo horarios y tanta tentación en las tiendas.
Poco a poco los habitantes nos van haciendo la luz y aprendemos la historia del pueblo y su decadencia actual, las calles casi desiertas, las casas muy dejadas... no se diferencia que tienda lleva 25 años cerrada y cual funciona, los escaparates parecen abandonados. La vida se concentra en un par de supers, los pubs aunque de día parecen fantasmales y en un par de restaurantes para los turis que se bajan de un tren, ven la mina, y cogen el siguiente. Los lugareños compran la cena en un kebab con pizza y fish'n'chips, un chino o un indio, comen de pie con tenedores de plástico.

La historia del pueblo está marcada por una mina de pizarra que dejó una cicatriz tan grande tras su esplendor en el siglo XIX que todavía sigue influyendo en la psicología de sus habitantes aunque empezó su declive, mucho antes de los hachazos de la Tatcher, ¡ con el comienzo de la primera guerra mundial ! Blaenau Ffestiniog no está incluída en el Parque de Snowdonia y sus folletos, se supone que no se lo merece. Tremendo error, el paisaje de pizarra enriquece y complementa lo verde que le rodea. Los esqueletos de las casas de los mineros miran el valle desde lo alto de las colinas vigilando que no se pierda su memoria.
Es peligroso andar por las colinas de pizarra, una pena porque te harían sentir como el último habitante de la tierra. Pero se puede visitar una mina habilitada como museo, con más ganas que dinero. No bajamos a ver los túneles oscuros, pero nos hicimos una idea de como era la vida antes de la revolución industrial. Y los amigos que hicimos en el pueblo nos enseñaron caminos no oficiales para caminar entre la pizarra lejos de los turistas. Un tallador de piedras nos llama valientes por quedarnos varios días en Ffestiniog. Pero vemos varios artistas que trabajan la macroescultura en descampados, almacenes o hasta antiguas iglesias. Y si nos llevamos un grato recuerdo del pueblo es gracias a la gente del Cellb, un bar-centro cultural que han abierto unos chicos que creen en su pueblo y no quieren acabar en Londres o Manchester como la mayoría. Se supone que quedan 4.000 personas en el pueblo que hace un siglo tenía 18.000. Han introducido cocina mediterránea y conciertos de reggae (Julian Marley, Yellownan...), talleres de hiphop para lo/as jóvenes, juegos para los niños que antes se aburrían delante de la tv.
El Cellb, nos mostró el lado amable de ffestiniog y cenamos de rechupete. Recupera los antiguos juzgados.
 También puedes leerte esta entrada de unos espeólogos de Guadalajara que bajaron a la mina en junio 2011.

Comentaris

yraya ha dit…
Que bueno que la gente trabaje para que un pueblo no "muera", aún así en las fotos da la impresión de haberse quedado anclado en el pasado.
Un abrazo